Putrefactos
La banda del Peugeot ha acreditado su naturaleza corrupta. Son uña y carne del dime con quién andas y te diré quién eres
José Ángel Marín
Lunes, 16 de junio 2025, 21:24
Hoy contaré una historia asombrosa, increíble, pero cierta. Quizá les suene a algunos y para otros sea una pesadilla. Voy a ello: Érase una vez ... un gran país gobernado por farsantes, un gran país que bien podría ser potencia internacional, pero que nunca despega porque quien copa el poder y sus centros de decisión política, quienes lo regentan, son putrefactos que, claro, se rodean de quienes hablan su mismo idioma.
No era nuevo en su historia. A lo largo del tiempo, en ese gran país muchos corruptos tocaron pelo y se hicieron con el mando. Así consta en las crónicas. Reproducida una y otra vez, sin tregua, una progenie de mamarrachos y maleantes se nos presenta. Ahora en un nuevo formato político: el de autócratas disfrazados de demócratas, de sátrapas que se aferran al poder como lapas. Sí, la historia reciente de España está trufada de farsantes. Pero, no confundamos. Farsantes los hay de dos clases. A saber: Unos se dedican a la escena y otros al poder. Unos son referencia y gloria del teatro, y otros unos mangantes cualesquiera. Unos actúan en las tablas mientras dura la función, y otros instalados en la política. Unos saltan al escenario e interpretan a histriones varios, y otros son impostores a tiempo completo, engañabobos que nunca se quitan la máscara. De la plaga de estos últimos, de los farsantes regimentales, en España hay enciclopedia.
Los putrefactos no pierden el crédito de los suyos porque sus adláteres también pillan tajada en la mangancia (clientelismo) o porque cuentan con una tropa de fanáticos, de ciegos acólitos que pudiendo ver cierran los ojos.
La banda del Peugeot ha acreditado su naturaleza corrupta. Son uña y carne del dime con quién andas y te diré quién eres. Cuatro facinerosos de manual. Cuatro jinetes que a lomos de sus respectivos corceles (putas, cocaína, dinero y poder) son capaces del apocalipsis cercano. Pero el problema no se queda ahí. Lo inquietante es que ellos solo sean la punta del iceberg de una podredumbre endémica.
Por lo pronto se hace acuciante seguir tirando de la manta. Y más pronto que tarde se impone cambiar la Ley Electoral para que sus cómplices territoriales –los que quieren arrasar con el Estado- no tengan el peso actual, y que esos mismos cómplices que impiden ahora purgar a los dirigentes corruptos, dejen de tener la llave de la gobernabilidad. No se olvide que en ningún parlamento occidental el neofeudalismo territorial tiene tanto peso como en el nuestro. El neofeudalismo fraccionario y separatista está presente en muchos Estados del mundo, pero solo en este país nuestro se le da tanta cancha. Luego, para qué cometer los errores de siempre si podemos cometer otros nuevos (Chestertone).
En fin, el país del que hablo no es la montaña de cochambre que encarna el sanchismo. Pero ahí sigue el farsante, haciendo hora para despejar el horizonte penal que le espera, extendiendo su nulo estándar moral sobre una sociedad entera.
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