Patulea
Conoce por su nombre a cada oveja y ellas lo conocen a él.
José Angel Marín
Lunes, 10 de noviembre 2025, 22:32
Cuando cubro a pie desde el Barranco de la Tinaja a Otíñar, raro es el día que no me topo con un hombre que lleva ... gorra y zurrón, que roza los sesenta y habla de que no hay relevo generacional para el pastoreo. Él heredó de su padre la complexión nervuda y el gesto aquilino, cien cabezas de ganado y el oficio de pastor, del que conoce sus vericuetos, el modo de esquilar cuando toca y la gimnasia del ordeño.
Este hombre encorvado sigue pastoreando su rebaño, y me saluda desde el collado con absoluta corrección. Si me ve pajizo al subir la cuesta, cuando llego a su altura me ofrece la bota y queso pinchado con su navajilla en una rebanada de pan. Él siempre me otea primero y para cuando yo lo guipo ya lleva rato escrutando mis pasos. A menudo está sentado en una piedra, con la barbilla apoyada en el cayado, sujetando el gancho de madera con el mismo ademán que 'El pensador' de Rodin.
Este hombre imprescindible por la manduca, la lana y como perito en la conservación del ecosistema, lleva pastoreando desde niño. Conoce por su nombre a cada oveja y ellas lo conocen a él. Desde zagal saca al campo a sus merinas, se echa al monte haga frío o calor, todos los días del año, con costes de producción que están por las nubes, con el mercado en picado y una normativa europea para pegarse un tiro –me dice, apuntándose a la sien con el índice-.
Cuando hablamos (que nunca es mucho rato) se tienta la visera y, a veces, se quita la gorra para atusarse las canas. A nuestra plática suele acudir uno de los perros que le ayudan a bregar con el ganado. El chucho se acerca muy digno y, a intervalos, me olfatea las botas o me mira con ojos de infinito, dejando que el cielo se refleje en esas dos brillantes canicas negras que guardan ovejas en la campiña.
Anteayer eché con el pastor un trago. Me habló del precio de los corderos que valían antes más que ahora, y expresó la inquietud que asalta a los ganaderos al oír a esos mastuerzos de la política que proponen sea delito esquilar ovejas, una práctica necesaria que beneficia al animal, que evita su estrés térmico y la proliferación de parásitos o enfermedades. Comentó también el cabreo de su cuñado, que cría gallinas y vende huevos, y que no sabe qué hacer al oír que hay que estabular a las emplumadas, cuando hasta hace poco eso era criminal.
No es ningún palurdo, y de su sabiduría rocosa siempre aprendo. Me habló también de la noticia del 'maltrato vegetal', que así catalogan ahora 'los lumbreras' la tarea de varear olivos, una labor ancestral que muchos solo conocen de oídas, y que concita fuerza y maña de quienes nos proporcionan el oro líquido de esta tierra. Así que, ahora, delincuentes también los aceituneros, los que cortan lechugas y guillotinan brócoli. En fin, como diría el doctor Cabrera, 'qué tiempos aquellos en los que solo había un tonto en cada pueblo'. Menuda patulea nos timonea.
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