Ovación
La virtud de Calígula consistió en colar al vulgo la anomalía moral de su gobierno.
José Ángel Marín
Lunes, 18 de diciembre 2023, 23:34
La burra vuelve al trigo, una y otra vez. De ello da muestras diarias la azarosa actualidad política española. Pero no. Me niego a amargar ... la Navidad al amable lector. Rehúso dedicar las columnas postreras de 2023 a la balcanización de España, al frentismo azuzado desde el poder y a sus tratos con separatistas, perdonavidas y fanáticos trasnochados. Me resisto a comentar la grillada ley de amnistía y su oportunismo, pues en la facultad de Derecho aprendimos que las leyes son otra cosa.
Para cambiar de tercio hablaré hoy de un figurón histórico, de un tipo que existió, mal que les pesara a sus coetáneos. Y si luego, al final, alguien ve paralelismos con personaje actual, allá él.
Diré algo de un emperador romano que no sé por qué de vez en cuando me viene a la cabeza. Un emperador conocido por el mote, no por su nombre. Un apodo puesto por los soldados que servían en las cohortes de su padre, Germánico, general reverenciado por los legionarios y a quien mucho hacían la pelota cuando iba al cuartel con su hijo pequeño, Cayo Julio César Germánico, llamado Calígula, mote cariñoso que le acompañó de por vida. Este apodo hizo gracia a Calígula mientras fue párvulo, después le tocaba las narices una enormidad. De chavea, se creía su papel vestido de soldadito cuando le daban una espada corta ('gladius') de madera. Para las legiones el crío era un talismán, que más tarde les salió rana.
El mote procede del calzado reglamentario de los legionarios, denominado 'cáliga', y Calígula es su diminutivo, o sea, botines; se entiende ahora el rebote imperial. ¿A qué dirigente gusta que le llamen zapatitos?
Con el tiempo aquel nene disfrazado de recluta llegó a emperador y convirtió Roma en su cortijo (debe ser cosa de la condición humana, que no cambia, que siendo la misma repite estereotipos). Sí, devino en gran timonel, en amado líder, y fomentó ese culto a la personalidad que tanto mola a los autócratas resultones. Calígula untó a muchos y alentó con cargos y cuartos el babeo de sus partidarios. Mucho engoló su ego, rodeado de eunucos y apesebrados que le daban sebo. Además, siempre iba blindado de escoltas; pretorianos que luego le ajustaron cuentas (casualidades de la vida). Así, pronto llevó a Roma al borde del precipicio.
La virtud de Calígula consistió en colar al vulgo la anomalía moral de su gobierno. Perpetró mil tropelías sin cortarse un pelo, habilitó la falsedad como utensilio político, y todo con el consentimiento social. Ahí reside el mérito de la criatura.
Engolfado con el poder como estaba, poco importó a Calígula dejar el imperio en manos de arribistas de todo pelaje con tal de atornillarse a la poltrona. Un gran tipo -sin duda- este monstruo prototípico, que disfrazó su narcisismo de buen rollito y disimuló de guay su labor vengativa. Toda una bendición manirrota para panolis. Y aquí lo dejo, no sea que ya estén pensando en alguien más próximo e igual de ovacionado.
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