Epatante
No hablamos, pues, del populismo zafio que ahora regalan desde las altas instancias (...)
José Ángel Marín
Jaén
Martes, 3 de octubre 2023, 00:54
El sábado coincidí con ella en un puesto de fruta del mercado de abastos. Ambos lo frecuentamos, aunque cada vez menos por la escalada de ... precios. Los dos hacíamos cola de la misma guisa, con la mirada algo perdida entre los apretados racimos de uvas y el bullicio de la concurrencia, sin percatarnos de la presencia del otro. También sin saberlo, ambos habíamos puesto los ojos en unos aguacates que exhibían toda su turgencia dentro de una cajita de madera.
Al ver a tía Gertrudis ligeramente apoyada en su carrito de la compra, tan pizpireta ella en la mañana sabatina, cualquiera negaría que sea octogenaria. Adelanté un paso y me dirigí a ella como si fuera un extraño que pedía la vez. Me reconoció enseguida y dibujó esa media sonrisa que es marca de la casa. No había llegado su turno y le ofrecí mi brazo para hacerle más llevadera la espera, pues aquel cliente que la precedía era todo un coñazo, un tipo que mareaba la perdiz en cada compra, diría –incluso- que lo hacía aposta, que se recreaba en la suerte como el mal picador que sigue clavando la puya cuando el cabestro ya se arrodilla ante él, como hace estos días Puigdemont al ver a Sánchez arrastrando la lengua por el albero en pos de lamer sus suelas. En fin, aquel cliente que nos precedía estaba poniendo de los nervios hasta al tendero, con quien parecía jugar a hacerlo desfilar de un extremo a otro del escaparate.
Aquello iba para largo, así que tía Gertrudis y yo nos pusimos a hablar y, claro, salió el tema que acabo de apuntar. Pero como no queríamos quemarnos la sangre ni provocar un motín asambleario en la plaza, aparcamos el asunto de la política convertida en obsesión por el poder, y optamos por comentar sobre otro disparate: los precios del mercado. No hablamos, pues, del populismo zafio que ahora regalan desde las altas instancias, ni de esa 'futbolización' de la vida que venden como si fuéramos idiotas dispuestos a tragar toda clase de trolas; eso –pensé- que lo hagan los apesebrados, los que creen en riesgo su cargo y prebendas. Eso que se lo compren sus mamporreros, esos macarras y gorilones que ahora tienen instantes de gloria en la tribuna del Congreso.
Así que la tita aparcó el tema del segundón al que faltan 55 escaños de nada para la mayoría absoluta, que sin jugarse la nuca -como hicieron otros de su partido- quiere la investidura a toda costa, convencido de que nadie atinará a pararle los pies. Dejamos de lado a quien sin sufrir las aflicciones cotidianas lanza un órdago constitucional como si tal cosa.
Llegó nuestro turno en la frutería y nos despedimos sin tratar cómo 21 escaños tumban a 350, ni cómo cuatro gatos, los de ERC, Junts, Bildu y BNG han llegado a subirse así a la parra, ni de cómo es posible que semejante amalgama cavernaria compuesta por supremacistas y bolcheviques camuflados, que se presentan en público como progresistas, tenga pillado por las gónadas a todo un país.
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