Dolo sistémico
Lo del robo del Louvre se queda en mantillas cuando lo que se nos hurta es la verdad pública
José Angel Marín
Jaén
Lunes, 20 de octubre 2025, 23:10
Nunca se llevaron bien. Verdad y política andan a la greña. Pero no siempre fue así. Aunque hoy nadie en su sano juicio colocaría la ... veracidad entre las virtudes políticas; y que me perdone Aristóteles, para quien la política es noble actividad dedicada a procurar el bien del pueblo.
Espero que usted esté sentado al leerlo, pues para el filósofo griego la forma ideal de gobierno es la combinación equilibrada de democracia y aristocracia. Sí, aristocracia en sentido clásico, es decir, como gobierno de los mejores, de los más capacitados que actúan con ética; nada de farsantes e ineptos. Solo los cabales son, para Aristóteles, aptos para encargarse del gobierno. De modo que han de ser los destacados en virtudes cívicas, sabiduría y excelencia moral los que se encarguen de la labor regente. Vamos, lo mismo que ahora. (Menos mal que estaba usted sentado; y ya puestos, permita que siga clamando en el desierto un poco más).
Ojo, no se trata, ni mucho menos, de que manden oligarquías (gobierno de los ricos en beneficio propio). De eso nada. Lo suyo es que sean los mejores -en sentido aristotélico- quienes se encarguen de velar por el bien común, pues solo ellos saben identificarlo. Algo imposible de lograr si nos timonean tahúres y pinochos profesionales.
Estas ideas aristotélicas forjaron el Occidente conocido y optimizaron el mundo. Pero ese mundo se cae a pedazos cuando el poder se abona a la perfidia y la mentira sistémica. No hablo de chocarreros de mercadillo, de pícaros de tres al cuarto, ni de mentiras piadosas. No me refiero a las filfas cosméticas o del 'bajovientre', ni al 'dolus bonus' comercial, sino a la mentira normalizada como modo de ejercer el poder.
El que engaña nos roba la verdad. Nos humilla. Y lo del robo del Louvre se queda en mantillas cuando lo que se nos hurta es la verdad pública. La falsedad descarada usada como herramienta política resulta dolosa porque hace desaparecer lo genuino de cualquier expectativa e impide que contemos con la verdad, con nada que sea auténtico o fidedigno.
Me pregunto qué contarán a sus hijos estos que ocupan poltrona y se lucran mintiendo, los que piensan que las verdades se fabrican. ¿Qué legado recibirán los nietos de estos mentirosos oficiales que descartan de su vida –y lo que es peor, también de los demás- cuanto es genuino? ¿Es acaso falaz la esencia misma del poder?
El dogmatismo falsario todo lo desmorona y cambiará nuestro mundo de un modo que aún no alcanzamos a calibrar. Por lo pronto, ya hemos aprendido a ser indiferentes a la mentira, y una vez convertidos en genuflexos semovientes, en seres impasibles acomodados en una existencia sin criterio, cualquier soborno será posible. La manipulación está servida.
Sigue vigente, pues, el 'mito de la caverna', de ese otro griego, Platón, cuando narra la existencia de unos encadenados en la cueva de la ignorancia, donde solo ven sombras y mentiras, pero a ellos les basta.
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