Canicular
A falta de una copla constante en el chiringuito, en la sufrida España tenemos la impertérrita cantinela de las mordidas.
José Ángel Marín
Jaén
Lunes, 21 de julio 2025, 22:48
En las noches tórridas de verano se altera el sueño y, a menudo, me sorprendo buscando con las piernas el frescor fugaz que dispensan las ... sábanas antes de su trilla nocturna. Tras recorrer con ese rastrillo de extremidades inquietas el perímetro del tálamo, me convenzo a mí mismo de que esa sí que es misión imposible, y no la de Tom Cruise.
Dicen que con el calor se duerme menos, y quizá sea cierto. En verano cambiamos horario y conciliar el sueño resulta arduo, y, si se logra, el descanso suele ser irregular. Quién no se despierta un par de veces en la oscuridad, o ve interrumpido el sueño por alguna preocupación, alucinación o delirio. En esta ciudad de vulturno hay quién no pega ojo porque está 'disfrutando' de la discusión acalorada de los usuarios de la terraza de un bar que, a las dos de la madrugada, dirimen los problemas del mundo tras ahogar en alcohol los suyos propios. ¿Quién no ha 'gozado' una barbaridad oyendo como entraba por su ventana –abierta de par en par- el estruendo del escape libre con que los motoristas amenizan las veladas estivales?
Justo anoche tuve una pesadilla canicular. Una de esas que nos regala el subconsciente tras una breve cabezadita, y que convierten en febril vigilia lo que resta hasta la amanecida. Resulta que soñé que la presidenta del Congreso de los Diputados decretó en suspenso el período vacacional de sus señorías hasta tanto no lograsen un consenso -los partidos nacionales- sobre los principales asuntos de Estado, hasta tanto no dejaran de pensar en clave partidista, arrimando el ascua a singularidades territoriales según conveniencia. Soñé que la presidenta obligaba a los líderes políticos a que se ocuparan de la mayoría, olvidándose de independencia fiscal, cupos de privilegio, soberanías energéticas y otras hierbas.
El sueño que relato –más bien pesadilla- continuaba ya en sede parlamentaria, concretamente en una sesión plenaria en la que los portavoces de las formaciones con mayor número de escaños, esas que en su momento acompasaron el añorado bipartidismo, alcanzaban –por fin- un acuerdo que, para mi decepción, nada tenía que ver con reformar de una vez por todas la Ley Electoral e impedir que cuatro gatos manejaran el cotarro, sino que lo acordado consistía en dejar plasmado un pacto en el que se comprometían a que en lo sucesivo iban a robar menos.
El empate a corrupción que ha aflorado recientemente –quizá- fue el que provocó este mal sueño. Y a falta del acostumbrado popurrí de éxitos de Georgie Dann con que nos deleitamos cada verano, hoy tenemos la vulgaridad recidivante de la corrupción que asedia a un país entero. A falta de una copla constante en el chiringuito, en la sufrida España tenemos la impertérrita cantinela de las mordidas, el tráfico de influencias y la corrupción extendida como una cansina canción del verano, tan atemporal como machacona, tan transversal como extendida. Y sálvese el que pueda.
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