La quimera del oro
José Abad
Miércoles, 25 de junio 2025, 23:20
El 26 de junio de 1925, hoy se cumplen cien años, el Grauman's Egyptian Theatre de Los Ángeles abrió sus puertas para acoger la ' ... premiere' de 'La quimera del oro' (The Gold Rush), tercer largometraje como director de Charles Chaplin, que volvía a vestir los paños de Charlot tras dos años ausente en la pantalla. El cineasta se la jugaba con esta película. El rodaje había sido inusitadamente largo y el presupuesto se había disparado hasta rondar el millón de dólares; una cifra inusual para un film de estas características. La culpa la tenía en parte su perfeccionismo: Chaplin era capaz de tener a todo el equipo cruzado de brazos días y días, en espera de instrucciones, hasta no hallar la idea exacta que permitiera avanzar la acción. Su vida íntima también contribuyó a complicar las cosas: Chaplin había elegido como 'partenaire' a Lita Grey, de 16 años. Durante una escena, la chica se desmayó; luego se supo que estaba embarazada. Chaplin tuvo que interrumpir la filmación para viajar a México y casarse con ella a fin de evitar el escándalo. La situación no era nueva para él: su primer matrimonio, en 1918, respondía a circunstancias similares; Mildred Harris también tenía 16 años y también parecía esperar un bebé. Georgia Hale sustituyó a Lita Grey y hubo que rodar de nuevo sus escenas. Por suerte, 'La quimera del oro' fue un éxito.
La historia está ambientada a finales del siglo XIX, durante la Fiebre del Oro de Alaska, y hasta allí llega Charlot con su bastón y su bombín característicos, dispuesto a plantarle cara a la adversidad… y no sucumbir en el intento. El film es un derroche de inteligencia e inventiva. Chaplin conjuga la comedia con un relato de supervivencia en condiciones extremas de gran dureza. La famosa secuencia en que Charlot cocina un zapato para cenar o esa otra en que debe escapar de un compañero de fatigas, muerto de hambre como él, que quiere comérselo creyéndolo un pollo, se inspiran en datos concretos: la hambruna se abatió sobre los aventureros que habían viajado hasta el Gran Norte tras el espejismo del enriquecimiento rápido y se dieron casos de canibalismo.
Entre chiste y chiste, Chaplin crea estampas dolorosas, como ese plano de Charlot que contempla la fiesta de Nochevieja, completamente solo, a través de una ventana. El humor vuelve a ser un acto de resistencia, una actitud existencial, una reivindicación.
«La vida es cosa de risa», decía Pirandello (aunque a veces maldita la gracia que tiene).
Chaplin también lo veía así.
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