La luna en el arroyo
José Abad
Jueves, 29 de agosto 2024, 23:16
La biografía de David Goodis compite en tremendismo con la más tremenda de sus tramas. La fortuna le había sonreído de primeras. Goodis obtuvo un ... gran éxito con su segunda novela, 'Senda tenebrosa' (1946), que sirvió de vehículo de lucimiento para Humphrey Bogart y Lauren Bacall, la gran pareja del momento en Hollywood. La adaptación le abrió las puertas de Warner Bros, pero Goodis no supo (o no pudo o no quiso) adaptarse al ambiente de trabajo de los grandes estudios y, apenas unos años después, lo hallamos de vuelta en su ciudad natal, Filadelfia, recorriendo clubes nocturnos y locales de mala nota; las más de las veces, borracho. La suerte le había retirado sus favores. En su prólogo a 'La luna en el arroyo' (Sajalín), Jordi Canal y Àlex Martín hacen un sustancioso retrato del escritor. Goodis tuvo serios problemas con su familia y con las mujeres, tal como dejan entrever en sus historias. En sus últimos años se hizo cargo de un hermano esquizofrénico y él mismo empezó a acusar problemas mentales de distinta consideración: «En 1966, desesperado, decide ingresar voluntariamente en un hospital psiquiátrico y muere de un ictus un año después. Tenía cuarenta y nueve años», recuerdan Jordi Canal y Àlex Martín.
De 'La luna en el arroyo' se hizo una película: 'La luna bajo el asfalto' (1983), dirigida por Jean-Jacques Beineix, que recuerdo haber visto en su día. (Recuerdo también que me dejó bastante frío, tanto que no he vuelto a verla desde entonces). No es la única adaptación cinematográfica de Goodis realizada en Francia: François Truffaut, Henry Vermeuil o René Clément, entre otros, se interesaron por su obra. Hay un porqué. Mientras en EE. UU. las novelas de David Goodis caían poco a poco en el olvido, en Francia arraigaron hondo y contaron con valedores de la talla de André Gide, Albert Camus o Jean-Paul Sartre, ahí es nada. En unas notas de Marcel Duhamel, el fundador de la legendaria 'Série Noire' de la editorial Gallimard, refiriéndose a 'La luna en el arroyo', descalificaba a Goodis tachándolo como «el Zola de los pobres». Este sambenito me hace pensar en otros que le colgaron a Jim Thompson, compañero suyo de generación, a quien llamaron «el Albert Camus del crimen» o «el Dostoievski de las novelas de diez centavos». Para David Goodis, como para Jim Thompson, los protagonistas de sus historias son 'los otros', los perdedores, los desheredados, los desahuciados, los que están abajo, los que reciben todos los golpes.
En 'La luna en el arroyo' hay un pasaje iluminador al respecto. El protagonista, William Kerrigan, que trabaja como estibador en los muelles, acepta acompañar a una chica a dar un paseo en coche, junto al río Delaware. Ella, Loretta Channing, perteneciente al patriciado de Filadelfia, se siente atraída por ese bruto procedente de los bajos fondos. La mujer detiene su vehículo en un embarcadero y ante el espectáculo de las luces de la ciudad reflejadas en las aguas y las siluetas de los barcos fondeados, comenta: «Es impresionante». Kerrigan, que trabaja allí, no entiende a qué se refiere. Ella se lo señala –el río, el cielo, los barcos, el puente– y él se limita a responder: «Supongo que es una vista bonita para los turistas». Ella no da su brazo a torcer: «Los dos vemos lo mismo», dice. No es así, en absoluto. «Fíjate un poco mejor», advierte él y le hace notar la basura y los excrementos que flotan en el agua. Quienes trabajan en los muelles no se dejarían engañar por el fulgor engañoso de una estampa de postal. «Si quieres ver la mugre, yo te enseño la mugre», concluye William Kerrigan. Esta es la actitud de David Goodis para con los lectores; la novela hace justamente eso, un recorrido detallado por los barrios marginales de una gran urbe para recordarnos que, en contra de cuanto dicen los voceros del 'establishment', quienes nacen en el arroyo, mueren en el arroyo. No hay ninguna posibilidad de redención. La novela es tan contundente como su moraleja.
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