Desayuno con diamantes
José Abad
Domingo, 14 de septiembre 2025, 22:56
A esa edad en que una canción o una frase cualquiera puede marcarte como un hierro al rojo, un servidor de ustedes vio en televisión ... la adaptación cinematográfica de esa deliciosa nouvelle de Truman Capote titulada Desayuno en Tiffany's (publicada en España por Anagrama), con guión del dramaturgo George Axelrod y dirección de Blake Edwards. Dos cosas se me quedaron impresas de una manera indeleble: la melodía Moon River, que Audrey Hepburn canta con soñadora languidez en el alféizar de una ventana asomada a una escalera de incendios, y un comentario fugaz de esta misma actriz cuando, al recisir una carta, decide aplicarse un poco de carmín antes de abrirla: «Una carta no se puede leer sin tener los labios pintados», afirma resueltamente. Confieso haber leído la novela solo para comprobar si este brillantísimo apunte era obra de George Axelrod o de Truman Capote. Pues bien, esta portentosa línea de diálogo está en el libro… Y también están la ventana, la escalera de incendios y hasta una canción melancólica que habla de prados en el cielo, no de ríos en la luna. Así y todo, siéndole razonablemente fiel, la película es muy distinta a la novela.
Truman Capote ambientó su historia en Nueva York, en el período 1943-1944, y la guerra es un tenaz ruido de fondo a lo largo del relato: el narrador, un joven aspirante a escritor, teme ser reclutado y enviado al frente. Cuando se traslada a su nuevo apartamento, este hombre sin nombre entabla amistad con una vecina, Holly Golightly, prostituta probablemente: «Hubiera podido deducirse que era modelo de fotógrafo, o una actriz principiante, aunque, por sus horarios, era obvio que no tenía tiempo para dedicarse a ninguna de las dos cosas», explica el narrador con encomiable tacto. Holly es un personaje memorable: una chica vitalista, generosa, libre, inconsciente. Capote confesó que a él le hubiera gustado contar con Marilyn Monroe para el film, pero los mandamases de Paramount Pictures se decantaron por Audrey Hepburn –en el punto álgido de su carrera– y no osaría decir yo que anduvieran descaminados. Hoy por hoy, me cuesta imaginar a ninguna otra actriz en este papel: Holly Golightly es Audrey Hepburn y Audrey Hepburn es Holly Golightly. Eso sí, la cuestión más delicada –las insinuaciones de cómo se gana la vida la chica– se diluyen cautelosamente en las imágenes de la película.
La elección del partenaire, muy poco comentada por la crítica, terminó de colocar la historia en una órbita diferente: el narrador anónimo de Desayuno en Tiffany's es un claro alter ego de Truman Capote; en cierto momento, Holly dice de él que es demasiado bajito, tal como era el escritor. En Desayuno con diamantes (1961), que así se tituló entre nosotros la adaptación, este rol se encomienda a George Peppard, de metro ochenta de altura, y tiene nombre: Paul Varjak. También él sueña con dedicarse a la literatura pero, en tanto la suerte le sonríe, Paul es el protegido (o el gigoló) de una dama de la alta sociedad, mucho mayor, interpretada por Patricia Neal (quien, en realidad, sólo tenía dos años más que Peppard). Planteadas así las cosas, Paul sería el reverso masculino (o el alma gemela) de Holly. Para rematar la faena, la acción de la película se lleva a principios de la década de 1960 y ningún nubarrón bélico estropea el horizonte. Blake Edwards la dotó de un toque luminoso, gozoso, grácil –en la línea de las comedias de Richard Quine–; un perfecto equivalente visual de la prosa refinada de Capote. En estos últimos días de verano, releer la novela y revisar la película ha sido una experiencia de lo más gratificante. Ninguna de las dos ha perdido un ápice de su atractivo.
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