Vengo 'empanao' de Zamora
Ojito conmigo, que vengo 'empanao' del PanFest de Zamora y, desde ahora, soy un apóstol del Dios Pan. Al de cereales, me refiero. A ese ... ser vivo que se hace con harina, agua, levadura y oficio. Mucho oficio.
Les confieso que siempre he sido muy panero. De chavea, mi postre favorito era un plátano acompañado de pan. De hecho, soy tan panero que me tengo que andar con ojo. Cuando salgo a comer o cenar fuera y ponen pan con aceite… ¡peligro!, que me cebo. En todos los sentidos. Jamás he renunciado a mis tostadas para desayunar, por cantos de sirena más supuestamente sanos y naturales que me hayan hecho llegar y me da igual lo muy gastronómico que sea un restaurante: me gusta dejar los platos limpios y 'espercojaos' usando el migajón para arrastrar hasta el último resto que hubiera podido quedar.
Precisamente por ser tan panero, confieso que en casa llevo tiempo tirando de panes de molde o tostados. Como me gustan mucho menos que los panes de verdad, los consumo en menor cantidad.
Pero he visto la luz. Un día en el PanFest de Zamora oyendo hablar de harinas y cereales y he cobrado conciencia de la importancia de comer buen pan. Pan de verdad. Importancia no sólo nutricional. Es lo que tienen los congresos planificados con lógica, criterio y sentido: que te hacen abordar en profundidad cuestiones en las que, posiblemente, no habías reparado antes. Como la cadena de valor que une a los agricultores que plantan cereal, a los maestros molineros que lo reducen a harina, a los panaderos que la convierten en pan y a los restauradores que le dan la importancia que se merece en sus menús y propuestas culinarias. ¡Cuánta riqueza acumulada en una barra, en una hogaza de pan!
Voy a volver a comprar buen pan. De ese que dura tiempo y no se pone chicloso de un día para otro. Y me voy a interesar más y mejor por su origen y procedencia. Aquí tenemos el mítico pan de Alfacar, sin ir más lejos, del que he presumido estos días en Zamora.
Y voy a jugar con las palabras y los conceptos, del panteísmo al pánico pasando por el pandemonium y lo pantagruélico. Es lo que tienen los congresos que organiza Vocento Gastronomía: te abren los ojos y te sacuden las neuronas, además de excitar las papilas gustativas. ¡Qué gustazo!
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión