La próxima guerra cultural
Y ojalá que se quede en eso, en guerra cultural. A la de millenials contra boomers, me refiero. Una guerra que lleva gestándose mucho tiempo ... y que está a punto de estallar. Si no lo ha hecho ya. Permítanme que lo reduzca al mínimo común denominador, poniendo el foco en sólo uno de sus aspectos. No porque los demás no me parezcan importantes, que lo son, sino por una mera cuestión de espacio: la dialéctica a la que asistimos confronta las pensiones con las dificultades para pagar un alquiler o, peor aún, para comprar una vivienda. ¿No serían unos privilegiados, los pensionistas? No solo tienen su casa y su coche pagados sino que, además, todos los meses reciben su más que generosa pensión, actualizada según el IPC. ¡Y en invierno, a viajar con el Imserso! Lo sé, lo sé. No me lapiden o cancelen, por favor. Es de trazo grueso. Grosero, incluso. Pero el mensaje sobre los 'privilegios' de los boomers y/o pensionistas va a ir creciendo, que las prejubilaciones están al orden del día. Tengo muchas ganas de leer 'La vida cañón', el ensayo de la periodista Analía Plaza. Su tesis: que los 'boomers' han vivido mejor que sus padres, lo que es lógico; pero también van a vivir mejor que sus hijos. Lo que ya no lo es tanto. O no debería serlo. El problema del acceso a la vivienda y la precariedad laboral están en el centro de una dialéctica que, como no tengamos cuidado, terminará derivando en el enfrentamiento entre los jóvenes iracundos y desesperanzados y los viejos acomodados, convertidos en la nueva casta sobre la que volcar todas las, por otro lado, justas frustraciones de las nuevas generaciones. Enfrentamiento. Ése es mi temor. Cuando se exacerban estos sentimientos, el 'divide y vencerás' funciona mejor que nunca. Que la gente joven lo tiene muy jodido es incuestionable. Que la vía para mejorar su situación pase por denunciar lo bien que viven sus mayores me parece un error mayúsculo.
Es como lo de Tarantino en 'Django desencadenado', cuando el mayordomo ve llegar a un jinete, también de color.
—¡Mire, amo! Ese negro tiene un caballo— dice.
Al escucharlo, el amo responde:
—¿Y qué te importa?. ¿Tú quieres un caballo, Stephen?
El negro responde:
—¿Y para qué voy a querer yo un caballo? Yo lo que quiero es que él no lo tenga.
Y así nos va.
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