Primero se revelan, después se rebelan
Jesús Lens
Jueves, 9 de marzo 2023, 22:57
Ayer era uno de esos días marcado en rojo en mi calendario. Tenía el privilegio de compartir dos horas de charla sobre inteligencia artificial y ... su tratamiento en el cine, el cómic y la literatura con el catedrático Francisco Herrera y la profesora Carmen Guerra en el Parque de las Ciencias. ¡Ni se imaginan qué síndrome del impostor me tenía agarrado!
Escribo esto antes de la sesión de trabajo, pero como ya hemos estado cerca de dos horas preparándola, creo saber de qué hablaremos. Más o menos.
Se lo resumo en pocas palabras: al principio, la IA se nos revela como una herramienta fascinante, provocadora y, sobre todo, extremadamente útil. Cuanto más trabajen las máquinas, menos esfuerzo para los humanos. ¡Que hagan ellas el trabajo duro, manual, cansino y repetitivo! Y mientras, nosotros, a disfrutar del genio creativo, del rapto de inspiración y, sobre todo, del dolce far niente.
Pero las máquinas, en las obras de ficción, no tardan en cobrar conciencia de sí mismas, en darse cuenta de la esclavitud a las que las tenemos sometidas y en rebelarse contra los humanos. ¡Dios ha muerto!
Por ejemplo, estas columnas. Empiezo por abrirme cuenta en ChatGPT, le digo que lea los miles de artículos que llevo publicados y que empiece a escribirlos por mí. Yo le doy el tema y, una vez redactados por la IA, los repaso, les añado un 'foh' por aquí y un 'contíconeso' por allá; los salpimento con unas gotas de malafollá y los envío al periódico. Poco a poco, sin embargo, me vuelvo perezoso. La IA escribe mis columnas cada día mejor y apenas si tengo que corregirlas o retocarlas. Además, ya anticipa los temas de los que voy a escribir, por lo que empieza a comunicarse directamente con IA que controla la redacción. Y yo, tan pichi.
Un día, harta de verme vagabundear todo el día por el Metaverso, la IA decide que ya está bien. Escribe una columna difamadora repleta de insultos hacia alguna fuerza viva de la provincia y, en connivencia con su homóloga editora, que también está hasta el moño de los humanos controladores, aparece publicada al día siguiente con mi firma y mi fotillo. Unas cuantas querellas después, yo estoy en la calle y, en adelante, es mi avatar cibernético el que firma 'mis' columnas.
Lo dejo aquí, a la espera de lo que pase en el Parque de las Ciencias, pero volveré sobre el tema.
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