El novio de Ayuso
El otro día di un respingo al asomarme a mi kiosco de referencia en el Zaidín, el de Francis, y encontrarme a Ayuso en las ... portadas de la prensa… deportiva. ¿Qué demonios había pasado? Me abalancé sobre uno de esos periódicos que habitualmente nos muestran a Mbappé pensando en algún follón con la presidenta de la Comunidad de Madrid y la Fórmula 1. Pero resultó que no. Era un tema de ciclismo, que Juan Ayuso la estaba liando parda —para bien, en su caso— en el Giro de Italia.
Mi cerebro reptiliano ha desarrollado una propiedad defensiva por la que le estoy más que agradecido: bloquear mi mente cada vez que mis ojos leen palabras como Ayuso, Junts o Puigdemont. Paso la vista por titulares que las incluyen y es como si se quedaran velados. Como si esos términos fueran invisibles.
A veces, sin embargo, hay fallas en el sistema. Ayer, por ejemplo, accedí a la web de un diario nacional y no pude evitar fijarme en que, dos veces seguidas, una debajo de otra, se hablaba de 'el novio de Ayuso' y, todavía peor, de 'el abogado del novio de Ayuso'. ¡Foh!
No, no. No pinché para ver de qué iba la vaina. Mi capacidad de sufrimiento y mi necesidad de expiación de pecados de mis vidas pasadas, que tuvieron que ser terribles, tiene un límite. Es lo bueno de ser columnista en provincias, que las cosas de la capital del reino, como que me quedan a trasmano. ¡Y qué felicidad, oigan! Qué agustico, con nuestra plaza del Carmen y alrededores…
Hay veces, tomando unas cañas, en que alguien pretende hacerme partícipe de la última de Ayuso. O de Puchi. Mi respuesta es siempre la misma: me da lo mismo. Me importa una higa. Paso. Y que conste que no es por indiferencia o desinterés. Es por saturación. Y por tener el convencimiento de que ese tipo de personajes viven justo de eso: de estar permanentemente en boca de todos, sea para que hablen bien de ellas o incluso para que las pongan a parir. Su necesidad de capitalizar el relato, de ser foco de atención permanente, es lo que les da oxígeno. Y lo siento, pero no. Fíjense en el sinsentido de estar escribiendo de esa gente de la que no quiero ni oír hablar. Pero es que uno es uno, sus circunstancias y contradicciones.
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