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Opinión

El lujo es el agua

Jesús Lens

Granada

Sábado, 17 de agosto 2024, 22:57

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Lo primero que he hecho al volver al Zaidín después de dos semanas de viaje por Uzbekistán ha sido comprar agua. Tres botellas de litro ... y medio de agua de Lanjarón muy frías. Que para una sola persona ya está bien. Tengo necesidad de agua. De agua fresca, rica y abundante. O sea, inodora, incolora e insípida. Estos quince días han estado presididos por la necesidad constante de beber agua. Buena agua. Y de reflexiones sobre su carencia y su ausencia. Sobre su temperatura. Sobre su desaparición. Estuvimos en lo que fue el mar de Aral, ahora convertido en un erial, a unas insensatas temperaturas que se acercaban peligrosamente a los 50 grados. Ardía el móvil con que hacía fotos a los cadáveres de los barcos, temblaba la imagen en la pantalla y la batería se consumía a una velocidad de vértigo. Nunca antes había experimentado con esa intensidad la sensación de respirar fuego. Era el universo onírico de Mad Max. Era el colapso. Se lo contaré con detalle otro día. Al día siguiente visitamos los restos de un antiguo palacio en mitad del desierto de Asia Central y un paseo de menos de una hora y apenas unos centenares de metros de suave ascensión por la ardiente arena me dejó literalmente consumido y vacío, las tripas licuadas y deshechas, el cuerpo temblando. Agua. Agua. Agua. Agua mineral fría para beber. Agua de riego para que no ardiera la cabeza. Agua de ducha para refrescar el cuerpo. Luego bajaron las temperaturas, pero durante dos días, el agua ocupó el centro de mis pensamientos: hidratarme bien, además de ser una necesidad, se convirtió en obsesión. Aún me dura. ¡Necesito rodearme de agua! Es domingo. Si va usted a la playa o se pasea por la vera del río, sube a los lagunillos de la Sierra o se asoma a un pantano, disfrute con conciencia y consciencia de ese auténtico lujo del siglo XXI que es el agua.

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