Ensordecedor ruido de fondo
Jesús Lens
Domingo, 24 de marzo 2024, 23:13
Les conté el otro día lo inspirador que fue escuchar al cineasta J. A. Bayona en el Teatro Isabel la Católica. De lo que no ... hablé fue del inenarrable ¿discurso? con que un alto cargo de la Junta estuvo a pique de cargarse la magia del momento. No sé si lo llevaba preparado, lo que tendría delito; o si se vino arriba y decidió improvisar. Soltó una retahíla de títulos de películas tan larga y tan sin ton ni son que los presentes empezamos a mirarnos entre el desconcierto, la estupefacción y una sincera preocupación. «¿Pero qué le pasa a este hombre?», nos preguntábamos, intrigados.
Les confieso que no suelo prestar atención a los discursos institucionales que abren o cierran los actos a los que voy… voluntariamente. Son momentos idóneos para ponerte al día con esas conversaciones de guasap que llevas días, semanas incluso, sin mirar. Tiempo para repasar el correo electrónico, la edición digital de IDEAL o, incluso, para hacer los cambios del equipo de la Fantasy de la NBA.
De ahí que me riera a mandíbula batiente con la crónica de José Enrique Cabrero sobre la entrega del Premio de las Letras Andaluzas al poeta Antonio Carvajal, «en un acto con diez discursos», como remarcaba en su irónico subtítulo.
El propio Carvajal se lo puso a huevo: el poeta galardonado resolvió en un emocionante y sentido minuto de agradecimiento lo que los prebostes de turno alargaron hasta las dos horas de duración. Un acto que le dio la razón a Einstein y a su teoría sobre el tiempo y la relatividad. «Diez discursos que rimaron el 'estimadas autoridades' con el 'no me quiero extender'», escribía con retranca nuestro cronista. ¡Qué peligro, un político y/o cargo institucional en lo alto de un escenario, micro en mano y el público cautivo a sus pies!
También me encantó que José Antonio Muñoz, en su repaso a los distintos escenarios elegidos para celebrar el Día de la Poesía, pusiera el foco en el ruido y el estrépito habituales de nuestra ciudad. Por la mañana, hasta el patio del Ayuntamiento llegaban los ecos de una procesión infantil que circulaba por las cercanías. Y por la tarde, en un edificio del Albaicín, los versos quedaban ensordecidos por la turra de grupos de turistas gritones y el ratatatá de las taladradoras.
Tanto ruido de fondo terminará por dejarnos sordos, además de medio tontos.
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