Elogio de la diferencia
Siempre que me dicen que soy raro, doy las gracias. En un mundo cada vez más uniformado, uniformizado, medido, ponderado y estandarizado; ser raros, extraños ... y diferentes es lo que precisamente marca la diferencia. Se lo he contado otras veces, pero como hace unos días lo volvía a hablar con el escritor Pedro Martí, el secreto mejor –o peor– guardado de la novela negra más joven y rabiosamente contemporánea, lo traigo de nuevo a colación.
«La normalidad está sobrevalorada», dice en su novela 'La mala hija', que va por la sexta edición. «Diferente es una de mis palabras favoritas», confesará la heroína unas páginas después. Le preguntaba a Martí, que también es profesor, por su querencia por lo extraño y lo bizarro y esto me responde: «Tyrion Lannister dijo en 'Juego de Tronos' que tenía predilección por 'los tullidos, bastardos y cosas rotas'. Yo creo que siempre he sido un poco como Tyrion y pienso que todo el mundo debería serlo. Quizás nos falta empatía como sociedad. Quizás, como docente lo digo, deberíamos enseñarle a nuestros jóvenes que no todos somos iguales: que hay gente que no es neurotípica, que no piensa igual, que tiene obsesiones, que ve el mundo de otra forma. Creo que es una carrera de fondo, y aunque con mi novela no trato de sermonear a nadie, me gusta que acabe calando en el lector la idea de que, como dice alguno de mis personajes, 'diferente' puede ser una gran palabra, y no necesariamente algo malo». ¡Lo suscribo de pe a pa!
¿Qué es ser diferente, hoy día? Posiblemente, ser más analógico que digital. Y, sobre todo, hacer cosas no productivas, de leer por el gusto de leer, sin necesidad de tratar de ser mejores personas; a caminar por el gusto de caminar pasando por ver clásicos en blanco y negro en la tele. A mí me traen sin cuidado las barbitas aparentemente descuidadas, los tatuajes y los piercings. El consumo de suplementos alimenticios, el 'pelao escarola', los ejercicios de fuerza en el gimnasio o el mindfulness. Me dan igual las modas que nacen y las que pasan. Lo auténticamente revolucionario, lo que marca la diferencia en estos tiempos de postureo, máscaras –no sólo faciales– y bienquedismo es la autenticidad y la naturalidad. Que cada persona sea y se muestre como es, aunque vaya en contra de los gustos mayoritarios, las tendencias y las costumbres del momento.
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