Casas vacías, estanterías llenas
Polaricemos. El mundo se divide en dos: quienes leen y quienes no leen. ¡No, no! Tranquilidad, por favor. Que esta no es otra columna sobre ... las bondades de leer. O sí, pero no es lo que está usted pensando. Sigamos polarizando. En España, quienes leemos, también nos dividimos en dos: quienes ya hemos leído 'La península de las casas vacías', el monumental libro de David Uclés, y quienes aún no.
Les confieso que, hasta este verano, yo estaba entre los segundos. Me daba pereza. Un tema, el de la pereza, sobre el que deberíamos hablar, por cierto. Pero será otra vez. Me daba pereza de la snob: como lo leía 'tó quisque' y estaba en boca de 'tó Dios'… pues eso. Que me daba pereza. Lo sentía como una obligación. Más o menos lo mismo que ir a ver 'El cautivo' para posicionarse sobre la última película de Amenábar, otro tema a comentar.
Pero hete aquí que uno de los clubes de lectura más sólidos y con mejor criterio de Granada, el de la maravillosa librería 'Un mundo feliz', lo puso como tarea de verano. Fue el chispazo que me faltaba para dejarme de folletás y lanzarme de cabeza a él.
Hace un par de semanas, al calor de unas Cervezas Alhambra bien frías en el Valenzuela, empecé a hablar del libro con mi interlocutor, Mario Titos. Y le dije que está genial, pero… En ese momento sentí una sombra cernirse sobre mí. Y un dedo, que percibí acusador, me tocó respetuosamente el hombro.
–Perdona que os moleste, pero he escuchado que habláis de 'La península de las casas vacías' y como soy el autor y estoy a vuestra espalda, prefiero advertiros para que no digáis nada que…
Y se partió de risa. Y nosotros con él. ¡David Uclés 'himself'! El pobre no se dio cuenta de lo que hizo, que le fundimos a preguntas e incluso le pedimos a nuestra compi Blanca que nos hiciera fotos de fan. ¡Porque estaba con sus padres y me corté un poco! Si no, le obligo a sentarse con nosotros y todavía seguiríamos de charla a estas horas.
El libro está genial, les decía, pero… es duro. Muy duro. Y como cuenta lo que cuenta, duele. Duele mucho. A los hunos y a los hotros. Y precisamente por eso, su éxito arrollador me parece un extraordinario signo de salud democrática.
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