La Europa del fútbol
Javier Roldán
Martes, 23 de julio 2024, 00:08
Alemania, con la valiosa cooperación de sus socios europeos, ha podido organizar la reciente Eurocopa en seguridad y libertad, dos valores difíciles de conciliar en ... nuestro tiempo y nuestro mundo. Su conjugación habla bien del Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia que la Unión Europea está laboriosamente construyendo.
Es bien sabido que Europa vive en peligro y en vilo, acechada por múltiples enemigos, internos y externos, de su paz y su democracia, con la guerra a sus puertas (al este y al sur). Ojalá el único lenguaje bélico que nos rodeara fuera el propio del fútbol: el de los killers del área, los misiles a la portería, la artillería de los equipos… Ojalá que los campos de fútbol fueran los únicos campos de batalla, los únicos teatros de operaciones. Que para los niños de Ucrania y Gaza la vida y el fútbol no fueran más que un juego (como parece serlo para Lamine Yamal) y que los bombardeos no pusieran esas vidas en riesgo, hasta segarlas en tantas ocasiones y con tanta impunidad. Aunque el deporte aviva las emociones, no alimentemos con él el estercolero de internet…
Con la Eurocopa, nuestro viejo y envejecido continente ha exhibido nuevamente su poder blando, su formidable atracción social y planetaria (como también con la Eurovisión, por no hablar, claro, de nuestro espléndido patrimonio histórico, artístico y natural). Pero Europa no puede convertirse en un mero parque temático. Desgraciadamente, Europa ha tenido últimamente que asumir el lenguaje de la guerra en la jungla del mundo (según palabras de Josep Borrell); esas guerras, esos ultranacionalismos contra los que se formaron la antiguas Comunidades Europeas. No podemos seguir siendo ingenuos, sino equiparnos de autonomía estratégica en tiempos de geopolítica feroz, de tantos desafíos y amenazas. No podemos permitir el rapto de Europa a manos de los adversarios de nuestros valores e intereses.
El deporte, y en particular el fútbol, se ha instalado en nuestra cultura, en nuestra forma de vida (la última Feria del Libro de Madrid estuvo centrada, precisamente, en el deporte). Desde luego, el fútbol se entrelaza con la política, con la que comparte corruptelas infames que deben ser exterminadas (comenzando por la federación del gremio). También comparten ambos fenómenos la violencia: pobres gentes de Mogadiscio asesinadas por el grupo yihadista Al-Shabaab mientras disfrutaban de la final en un café. El fútbol y el entretenimiento entendidos como pecados. Un vivo debate durante este último campeonato de naciones europeas ha consistido en si los ases del balón deben opinar y adoctrinar sobre política. Kylian Mbappé ha perdido la Eurocopa, pero ganó las elecciones francesas. Él abomina de los extremos, que son siempre malos consejeros…, salvo en fútbol, como ha demostrado empíricamente la selección española: en la vida y en el fútbol hay que avanzar, ser vertical y no solo horizontal, ensanchar el campo de visión y actuación.
Se habla de la futbolización, del hooliganismo de la política actual. El espectáculo de los parlamentos en España y en tantos sitios avala este estado de cosas, empeorando incluso en ocasiones el forofismo propio de las gradas, dadas la responsabilidad y la representatividad que pesan sobre nuestros elegidos. Es verdad que en los campos alemanes de fútbol se han vivido asimismo sucesos de odio, de fascismo, como epifenómenos de las tensiones cívicas y políticas reinantes, especialmente en torno a los Balcanes.
En la pasada Eurocopa se ha desplegado una Europa ampliada, acaso demasiado nutrida para el espectáculo, más ancha que la propia de la UE, con algunos países candidatos a la adhesión dotados de rasgos de desarrollo futbolístico, como Albania, Georgia y Ucrania. Eso sí, con el veto, tan fundamentado, a Rusia y Bielorrusia. Lástima que los ucranios no hayan podido obtener en el torneo un bálsamo para su indecible dolor. Una Europa enfrentada en el campo, pero que debe permanecer unida en la diversidad, con su natural y nacional sentido de pertenencia, pero cooperativa frente a los riesgos y oportunidades que tenemos por delante. El fútbol y la política son pasiones honorables, pero que pueden llegar a ser abyectas. Hay que cultivar en ambos terrenos la empatía, el respeto al adversario, el honor al vencido que se lo merezca, y no alentar las fracturas y la polarización, la animadversión a los «otros». Se echan mucho de menos actualmente la ecuanimidad y la coherencia, aun en la legítima defensa de lo nuestro. El nacionalismo exacerbado alimenta demonios en todos los ámbitos, y los que alimentan los «Patriotas por Europa» suelen luego comulgar con el imperialismo ruso más despreciable. Los nacionalismos chocan entre sí: el interés nacional francés o alemán no ha de coincidir con el español. Busquemos el entendimiento y nuestros intereses y razones con Gibraltar, más allá de las proclamas festivas.
En todo este estado de cosas, la imagen y los resultados de la selección española han sido un ejemplo moral: por su brillante y deportivo juego, por expresar la calidad humana y la comunión entre sus miembros (diestros y zurdos, con el rojo y las regiones sin connotaciones políticas), por manifestar una España más amplia y plural, más representativa, más incluyente, sin divismos y sin complejos, unida frente a separatistas y separadores (¡qué soponcio se han debido de llevar algunos independentistas con sus hijos festejando la victoria de España y haciéndolo en castellano!). Los valores deportivos y los valores ciudadanos no han de ser muy distintos. La imagen reputacional de nuestro país ha salido airosa y victoriosa en todos los sentidos. Y además, contrariamente a lo que suele ocurrir en la vida corriente, se ha hecho justicia con el ganador, y desde la nobleza, tan necesaria y tan estigmatizada por la sociedad del mal. Gracias por infundirnos felicidad, hasta euforia y éxtasis, sin necesidad de leer un libro de autoayuda, y por dar ejemplo, sin aspavientos, del trabajo bien hecho. Eso sí, mensaje para los padres con hijos en edad de merecer: los messis y los yamales son excepcionales, y no deben fomentar la competencia malsana, la mala educación, en los partidos de menores.
El fútbol, como ya nos enseñó Albert Camus, es un semillero de lecciones de vida. Un tiro errado por milímetros puede cambiar el devenir de la competición, como el tiro dirigido a Donald Trump estuvo a punto ese mismo domingo de cambiar el destino de Estados Unidos y acaso del mundo. Se pasa en un santiamén de la gloria al fracaso, de ser héroe a villano, y viceversa. Los mismos expertos apenas pueden a veces pronosticar mejor los resultados que la inteligencia artificial, por no hablar del entrañable pulpo Paul del Mundial de 2010. Afortunadamente, el factor humano y el emocional siguen siendo decisivos en el balompié. El mismo seleccionador Luis de la Fuente, tan justamente ensalzado ahora, estuvo en un tris de ser destituido por aplaudir fervorosamente a Luis Rubiales (hay que saber a quién se aplaude). Desde luego, la razón, la planificación, el esfuerzo rinden sus frutos, pero siempre hay un elemento de ingenio, de instinto, de inventiva individual que puede trastocar los sesudos esquemas de los entrenadores. En el caso de España se han combinado el trabajo, el talento y la imaginación.
Ahora toca disfrutar y recordar. Para el futuro inmediato deportivo, siempre nos quedará París con sus Juegos Olímpicos (y el final del Tour de Francia).
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