Relatos de verano
Mientras el calor acaricia la piel y la brisa mece las hamacas, pocos placeres rivalizan con el de abrir las páginas de una novela y dejar que la historia nos arrastre
El verano despliega su manto dorado y, con él, llegan esos días largos y perezosos que invitan a reinventar el tiempo. Mientras el calor acaricia ... la piel y la brisa mece las hamacas, pocos placeres rivalizan con el de abrir las páginas de una novela y dejar que la historia nos arrastre. Leer en verano no es solo un pasatiempo; es un ritual, un viaje sin moverse del lugar, un diálogo íntimo con autores que, desde otras épocas o latitudes, nos susurran al oído.
«El verano era el libro que no había leído, la playa donde no había estado», escribió alguna vez el poeta estadounidense Mark Strand. Y es cierto: entre la arena y la sombrilla, las novelas se convierten en compañeras ideales. 'El gran Gatsby' de Fitzgerald, con sus fiestas deslumbrantes y su melancolía oculta, parece resonar con el crepúsculo anaranjado de agosto. O las páginas de 'El amor en los tiempos del cólera' de García Márquez, donde el calor caribeño se funde con el sudor de los amantes. Como dijo la escritora Susan Sontag: «Un libro es un corazón que late en el pecho de otro». Y en verano, ese latido se siente más fuerte.
Más allá del placer estético, la neurociencia respalda los beneficios de sumergirse en una buena lectura. Según estudios de la Universidad de Stanford, el acto de leer activa redes neuronales vinculadas a la empatía y la imaginación, como si el cerebro viviera en carne propia las experiencias de los personajes. «Cuando leemos, no solo escapamos; nos expandimos», explica el neurólogo David Lewis. La luz del sol, además, estimula la producción de serotonina, combinándose con la lectura para reducir el estrés y mejorar el estado de ánimo.
Algunas novelas parecen hechas para devorarse en vacaciones. 'El mar' de John Banville, con su prosa lírica y evocadora, es un homenaje a los veranos perdidos. O las aventuras mediterráneas de 'El cuaderno dorado' de Doris Lessing, donde el sol de Grecia ilumina las crisis creativas de su protagonista. Incluso los thrillers, como 'El silencio de los corderos', adquieren un brillo especial cuando se leen en noches de calor, con el sonido de los grillos de fondo.
El verano pasa rápido, pero las historias que atrapamos en él perduran. Como escribió Albert Camus en 'El extranjero': «En el corazón del verano, a plena luz, encontré un refugio en la sombra de las palabras». Así que, mientras el mundo se ralentiza y el tiempo parece dilatarse, regalémonos la libertad de perdernos, o encontrarnos, en un libro. Porque, al final, como dijo Borges: «Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca». Y qué mejor biblioteca que la que construimos bajo el sol, entre olas, helados y páginas que huelen a aventura.
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