Granada piensa la paz
Javier Castejón
Viernes, 10 de octubre 2025, 22:59
A finales de este mes de octubre, Granada acogerá el II Foro Internacional de Cultura de Paz, una cita de alcance mundial que reunirá a ... premios Nobel, artistas, diplomáticos, líderes sociales y representantes de Naciones Unidas. La alcaldesa de la ciudad, Marifrán Carazo, ha definido el evento como «una oportunidad extraordinaria para reivindicar a Granada como una ciudad abierta, comprometida con los valores de la paz, el respeto y la solidaridad». Esa frase, lejos de ser solo institucional, contiene una clave que merece atención: la paz no es solo un objetivo político, sino también cultural, científico y simbólico.
Esta noticia trajo a mi memoria un recuerdo: el del «Manifiesto de Sevilla sobre la violencia», firmado en 1986 por científicos de renombre convocados por la UNESCO.
Tras la II Guerra Mundial, la Humanidad, horrorizada por los estragos que había producido aquel enfrentamiento, enfocó sus esfuerzos hacia la construcción de la paz. A poco de terminar el conflicto, cuando las naciones estaban en ruinas, representantes de cincuenta países se reunieron en San Francisco, firmando la Carta de la Naciones Unidas, documento matriz para la posterior creación de la ONU. Se esperaba que esta decisión colectiva evitase nuevas guerras como la que se acababa de vivir.
No es baladí que la Carta de Naciones Unidas comience su redacción afirmando que «nosotros, los pueblos de las naciones unidas, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles...hemos decidido unir nuestros esfuerzos...»
El referido 'Manifiesto de Sevilla sobre la violencia' es un documento de gran valor pedagógico y ético, que desmonta el mito de que la violencia forma parte inevitable de la naturaleza humana. Con lenguaje claro y fundamentos científicos, afirma que «la agresividad no es un destino biológico», y que los seres humanos, a diferencia de lo que se repite en muchos discursos, «somos también capaces de cooperación, empatía y cuidado». Sostiene que las guerras no son resultado de instintos inevitables, sino de construcciones culturales; que el cerebro humano está preparado tanto para la violencia como para la colaboración; que la educación, el entorno social y la política pueden inclinar la balanza hacia uno u otro lado. Su conclusión es clara y esperanzadora: «Si la guerra es una construcción cultural, la paz también puede serlo».
Los propios autores del manifiesto establecen un paralelismo revelador: «durante siglos se creyó que la esclavitud era inevitable, o que el dominio masculino sobre la mujer respondía a la naturaleza misma de las cosas». Sin embargo, esas creencias fueron desmontadas, no sin resistencia, por la fuerza combinada de la ética, la ciencia, el pensamiento y la acción colectiva. ¿Por qué no aplicar esa misma lógica al fenómeno de la guerra? Si esos estigmas históricos pudieron superarse, también puede hacerlo la violencia organizada. No hay nada en nuestros genes que lo impida.
En los últimos años, este enfoque ha sido retomado por iniciativas como 'Neurociencia para la Paz', impulsadas por redes internacionales de investigadores. Su objetivo: estudiar los mecanismos cerebrales implicados en la empatía, la compasión, la cooperación o el perdón. Desde esta perspectiva, cultivar la paz no es solo una aspiración ética, sino una práctica neurobiológica que puede reforzarse con herramientas concretas: educación emocional, contacto humano, escucha activa, pensamiento crítico.
Estos avances abren una posibilidad poderosa: pensar la paz no como una excepción, sino como una forma de funcionamiento humano natural cuando se dan las condiciones adecuadas. En lugar de resignarnos al fatalismo, se trata de cambiar el relato. La violencia no es inevitable. La paz no es ingenua. La evidencia científica empieza a respaldar lo que muchos han intuido desde hace siglos: que la paz se puede entrenar, construir, proteger.
Granada, con su historia compleja y rica, es un escenario idóneo para este tipo de reflexión. Ciudad de mestizaje y también de heridas, de cumbres culturales y de expulsiones dolorosas, hoy quiere mirar al futuro desde el compromiso. Que se celebre aquí un foro como este es mucho más que un gesto simbólico. Es una oportunidad para consolidar una identidad abierta y dialogante.
Pero la paz no se sostiene solo con cifras ni argumentos. También necesita belleza. Necesita de la poesía, de la música, de la imagen, de todo lo que nos conecta a niveles más profundos que los discursos políticos. El poeta israelí Yehuda Amijai escribió: «De las guerras salen tumbas; del amor, canciones». Y no es una frase menor. La estética, cuando se pone al servicio del entendimiento, tiene una fuerza transformadora.
El Foro de Granada puede ser, si se lo propone, un espacio no solo de discursos sino de resonancias. Donde la ciencia y el arte hablen entre sí. Donde se presenten datos, pero también emociones. Donde se escuchen testimonios, pero también silencios. Porque la paz no es solo un concepto diplomático. Es una condición para la vida. Y como tal, nos interpela a todos.
Granada, ciudad de encuentro y de palabra, puede hacer de este foro un hito. Pero para eso hace falta ir más allá del evento. Apostar por la continuidad. Promover una cultura de paz en los centros escolares, en los barrios, en los medios. Dar voz a la ciencia que investiga la empatía. Y no olvidar, como decía Gandhi, que «la paz no es la meta, sino el camino».
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