Don Quijote y los libros
Javier Castejón
Martes, 9 de abril 2024, 23:11
«Se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, ... y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio». Así es como describe Miguel de Cervantes la manera en que Alonso Quijano, el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, se volvió loco.
Evidentemente, puede resultar difícil, si no imposible, encontrar el sentido a ciertas afirmaciones contenidas en los libros de caballería de la época, como aquella que leía el héroe cervantino, donde se decía que «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura».
De cualquier forma, se atribuye al exceso de lectura –en su caso, de libros de caballería– la razón ultima por la que aquel hombre de aspecto pálido, alto, delgado y nariz puntiaguda, llegó a perder la razón y asumir un futuro como caballero andante, lanzándose a una vida destinada a «desfacer agravios y enderezar entuertos».
Siempre es un buen día para desempolvar uno de los libros más vendidos en el mundo y el mas representativo de la literatura española, 'El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha', máxime ahora que se acerca la Feria del Libro de Granada, acontecimiento que suele asociarse a un renacimiento del deseo de acercamiento a los libros, buscando entre sus páginas que den alas al conocimiento o a la imaginación.
Y de paso, preguntarnos si es cierto que leer libros produce efectos positivos en las personas y aclarar qué pudo pasarle a nuestro ingenioso hidalgo para perder la razón a causa de la lectura.
Estudios psicológicos y psiquiátricos sobre el ingenioso hidalgo no han faltado. Destaca el del psiquiatra Tiburcio Angosto, que etiquetó su cuadro clínico como «psicosis reactiva», es decir, como la reacción delirante de una persona que rechaza su contexto histórico real que no comprende ni comparte, improvisando una nueva vida partir de referentes ético-estéticos de la antigua caballería andante, afirmando que esta es la causa de que Alonso Quijano, el burgués amante de los libros de caballería, se transformara en caballero Don Quijote, y llegara a hacer afirmaciones, como aquella que repetía ante los oídos atónitos de Sancho: «Soñar el sueño imposible, luchar contra el enemigo imposible, correr donde valientes no se atrevieron, alcanzar la estrella inalcanzable. Ese es mi destino».
¿Realmente había perdido la razón el héroe? ¿No sería quizá un cuerdo loco? Lo cierto es que aunque veía gigantes donde solo estaban los molinos, también era capaz de hacer afirmaciones dotadas de tan gran sentido común, que han pasado al glosario de las sentencias sabias de la literatura. ¿Cómo si no se pueden calificar que afirmara que «las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo» o «donde reina la envidia, no puede vivir la virtud»?
Recientes estudios han llegado a denominar como 'Síndrome de Don Quijote' a las posibles transformaciones neuropsicológicas o cambios de comportamiento asociados con la lectura de una obra literaria, lo que evidencia que, de una u otra forma, leer libros influye en la vida del lector.
Esta influencia en la mente del lector evidentemente presenta un espectro muy amplio, pues la lectura puede ser un simple entretenimiento, pero también se le han descrito otros muchos efectos beneficiosos. Permite escapar de tensiones cotidianas, desarrollar habilidades cognitivas, activar la memoria, así como mejorar habilidades expresivas: escritura, ortografía y síntesis de conceptos, entre otras.
Lógicamente, también se han descrito efectos perniciosos de la lectura sobre la psicología del lector. De todos es sabido que la aparición de 'Las penas del joven Werther' de Goethe, en plena ola del romanticismo alemán, sembró aquellos años de la historia europea de suicidios románticos. Puede citarse también, la afirmación que hiciera en su día Chapman, el asesino de John Lennon, al decir que la inspiración de su conducta criminal se debía a la lectura del libro de Salinger 'El guardián entre el centeno'. Todo esto pone de manifiesto la influencia que la lectura es capaz de ejercer sobre el espíritu humano, generalmente en sentido benefactor, pero también potencialmente en sentido negativo.
Volviendo a nuestro héroe, don Quijote, seguimos preguntándonos si la lectura le supuso un perjuicio o un beneficio para su vida. Difícil es responder a esta cuestión si tenemos en cuenta que el hidalgo alterna sesudas razones de elevada espiritualidad con la monomanía de caballería andante. Es más, en medio de la exaltación intelectual a que le lleva la lectura cae en la cuenta de que por culpa del egoísmo humano, gime el mundo en la iniquidad y el deshonor; y así «pasando de la idea a la acción, abandona las dulcedumbres y blanduras del hogar y sale a campaña, resuelto a enderezar entuertos y amparar doncellas», como nos explica Ramón y Cajal.
¿Todo ello a consecuencia de las lecturas de los libros de caballería? Parece que algo tuvieron que ver estos en la transformación de la personalidad del hidalgo, en la misma medida en que se evidencia que la lectura influye en el lector.
En el caso del ingenioso hidalgo nos permitimos dejar en el aire la respuesta acerca de su posible locura, aunque está claro que la lectura despertó en él unos ideales caballerescos dotados de un gran sentido del honor y sentido común; tanto que se han convertido en referentes del idealismo más puro. Y además, como afirmara Miguel de Unamuno, que etiquetaba a Don Quijote de «Cristo español»: «¿Que Don Quijote está loco? Bien, ¿y qué?». Evidentemente, Don Miguel daba primacía a los nobles ideales del ingenioso hidalgo sobre la posibilidad psiquiátrica que pudiera subyacer en el fondo de la mente del héroe.
Así pues, afirmemos con la mayor contundencia que leer es objetivamente beneficioso para adquirir conocimiento y nobleza, aunque esa adquisición de conocimientos a veces ponga a prueba nuestro equilibrio. Si así sucediere, sería que la historia leída nos ha llegado al corazón.
Ya lo afirmaba Don Quijote: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho».
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