Jaurías de sinrazones
Olvidamos que las opiniones si no son contrastadas no dejan de ser ocurrencias. No se entienden ciertas defensas acaloradas, vacías de razonamientos sólidos. Parece que no ha quedado suficientemente claro que la razón no grita, ni insulta, ni habita en fortines
'Thay', propuesto por Martin Luther King para el premio Nobel de la Paz, cuenta una historia sobre el ansia de tener razón. La sitúa ... en los años 60 en un Vietnam bélico. Cierto día, dos viejos pescadores que navegaban contracorriente en un río atisbaron una embarcación en dirección contraria que se les echaba encima. Uno intentó remar hacia la orilla porque pensó que era un barco enemigo. El otro empezó a gritar con el remo levantado pues creyó que se trataba de un pescador inexperto. Enredados en una tensa discusión no percibieron la cercanía de la embarcación que acabó arrojándolos al agua. Abrazados a las maderas flotantes vieron que el barco iba vacío. «Ninguno de los dos tenía razón. El auténtico enemigo estaba en sus mentes, demasiado obcecadas. Además de unos ojos que ya no contaban con la agudeza visual de antaño».
Tener o no tener razón: una sufriente obsesión. Olvidamos que las opiniones si no son contrastadas no dejan de ser ocurrencias. No se entienden ciertas defensas acaloradas, vacías de razonamientos sólidos. Parece que no ha quedado suficientemente claro que la razón no grita, ni insulta, ni habita en fortines; sí la sinrazón, impropia de una humanidad que se cree 'erguida'. Los egos engreídos, no afectos a la armonía, por engordados currícula se asemejan a globos aerostáticos que al mínimo desarreglo de la atmósfera se estrellan contra el suelo de la terquedad. La armonía de la 'razón' es un estado molesto para quienes disfrutan con las disonancias sociales y entienden la desestabilización armónica como medio y fin para subir a altares de arrogancia donde con ambigüedad parecen gritar: «¡Destruyendo se construye!». Pero se evita aclarar o afinar los sentidos de 'destruir' y 'construir'. Rehabilitar es actitud a considerar como forma de construir sin necesidad de destruir. A veces hay 'ruinas' que merecen ser redimidas por la reconstrucción. En cambio, 'construcciones' que violentan 'paisajes' son dignas de ser demolidas. Opinar obliga a un continuo examen personal para evitar en la medida de lo posible que las palabras caminen delante y los hechos detrás arrastrándose.
La obsesión de destacar a cualquier precio nos aconseja recordar este adagio de Einstein: «Recortas y moldeas tu cabello y siempre te olvidas de recortar tu ego». La arrogancia rebaja humos de grandeza hijos de circunstancias, incluidas las genéticas, y acusa debilidad en la facultad de discurrir mostrando una razón esclavizada, vendedora de teorías y proclive a asaltar inteligencias débiles en lugar de 'desfacer' sinrazones. Dicha obsesión está relacionada con el 'extraño' caso de 'razonar' sin pensar, partiendo del hecho de que «los datos y la información objetiva no nos hacen cambiar de opinión». Las responsables de la obcecación son las 'emociones'.
El periodista Juan F. Samaniego decía: «La verdad no siempre importa. ¿Cuántas veces modificamos la primera impresión que tenemos sobre algo o alguien? ¿O cambiamos nuestras ideas políticas? ¿Cuántas veces al día reconocemos que nos equivocamos? Nos gusta escuchar los argumentos que apoyan nuestra forma de ver el mundo. Nos fascinan las opiniones que refrendan la nuestra. Buscamos información que nos diga que tenemos la razón». Pero la razón tiene bridas adecuadas a los caminos por donde circula.
Con tal actitud es natural que se manifiesten alardes de 'nuevas' luces de modernidad en discursos y debates, eso sí, totalmente ausente el sentido crítico que exige el razonamiento. Una modernidad envanecida con pretensiones de progreso. Decía Benedicto XVI que «la idea de verdad ha sido eliminada en la práctica y sustituida por la de progreso. El progreso mismo 'es' la verdad. Sin embargo, en esta aparente exaltación se queda sin dirección y se desvanece. Efectivamente, si no hay ninguna dirección todo podría ser lo mismo: progreso como regreso». La verdad no es moneda de cambio para pagar el progreso individual.
La razón aliada de medias verdades cuando no de mentiras es razón en hibernación, razón dictadora, de mercado. ¡Y se nos aconseja que «seamos razonables», con sinrazones disfrazadas de razones! Llamó la atención Benedicto XVI sobre ciertos intelectuales adoradores de sus propias ideas que siguen «luchando por un sistema, incapaces de honrar sus promesas». Nos asedia la incertidumbre. Pero a la entrada de la casa de la razón está escrito: «Fortaleza en la duda, humildad en la certeza».
La falta de razón conduce a la alienación y pérdida de formas. Nos queda el consuelo de la lucidez que denuncia toda frivolidad 'summa cum laude'. Recuerdo la anécdota de Wittgenstein cuando defendió su tesis doctoral, cuyo tribunal lo presidió su maestro Russell, admirado por su «potencia y velocidad intelectual». Concluido el examen, Wittgenstein se dirigió a la mesa y dando unas suaves palmadas en el hombro a Moore y a Russell pronunció esta frase: «No se preocupen, sé que jamás lo entenderán». Moore, al redactar el informe sobre la evaluación, dijo: «En mi opinión personal, la tesis del señor Wittgenstein es la obra de un genio; pero, sea lo que fuere, alcanza el nivel requerido para el título de Cambridge de doctor en filosofía». Era un genio y lo sabía.
Nos acosan jaurías de sinrazones procedentes de supuestos intelectuales y líderes incapaces de decir 'sí' o 'no' cuando procede. Don Quijote comienza a perder la cordura con este tipo de razonamientos: «La razón de la sinrazón que a mi razón se haze, de tal manera mi razón enflaqueze, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». ¿Estaremos perdiendo también nosotros la cordura?
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