Jarabe
La Carrera ·
Refirió también la infantilización de la política de la que ha hecho bandera Iglesias y su consorte, doña Irene, ministra a la sazónjosé ángel marín
Martes, 10 de marzo 2020, 01:44
Fui a verla con idea de felicitarla por el Día de la Mujer y la encontré atenta a la actualidad. Nos abrazamos no sin antes ... ejercitar el saludo tailandés y el apache por si cunde el canguelo del coronavirus y nos pilla el toro. Después saboreamos el aperitivo y una tapa de su guiso demostrativo del discreto encanto de la alcachofa. Tras un sorbo de vermú casero sacó el tema del escrache a Iglesias que tuvo lugar en el mismo sitio donde él los practicaba.
Antes de sintetizar la conversación diré que tía Gertrudis tiene su propia teoría sobre la que rebautizó como 'incultura del pelotazo', esa que tantos resultados dio a los pícaros más o menos maqueados inscritos o conversos en la fe de obtener el máximo beneficio en el menor tiempo sin importar nada, y que hoy sigue teniendo adeptos; muy destacados, por cierto.
Tía Gertrudis sostiene –no sin cierta temeridad- que el vicepresidente está en esa lógica del Lazarillo, lógica que aprovechan los protagonistas políticos al instalarse en las palancas del poder y que debidamente maquillada -en este caso con coleta salvífica y mensaje redentor-, usa quimeras para acabar con todos nuestros males, eso sí, sin explicar cómo. (Ejemplos de esa redención ya constan).
Así, como universitaria radical cargada de acné, la tita adujo cosas que –comprenderán- no reproduciré completas: Me habló del talismán populista que los nuevos marqueses avecindados en la mansión de Galapagar abandonaron -muy a su pesar, corregí- en el escamondado barrio de Vallecas. Refirió también la infantilización de la política de la que ha hecho bandera Iglesias y su consorte, doña Irene, ministra a la sazón. Ambos –añadió- en su rentable colecta de pasta y prebendas forman parte del consejo de ministros. Hecho –dije yo- insólito en el mundo occidental al que no muestra reparos la opinión pública, ni la publicada, pese a que la coyunda ministerial sea de dudosa compatibilidad ética, estética y quizá jurídica.
Se preguntó además la tita por aquel inconformismo y ofuscación asamblearia del matrimonio gubernamental. A lo que respondí que todo lo atempera un bolsillo satisfecho. Incluso me interrogó sobre la mutación en casta de aquel mesías revolucionario que –sin querer, apostillé de inmediato- enredó a tanta gente confiada. Tocando pelo las percepciones cambian, convinimos tía Gertrudis y yo.
En su glosa del charlatán de feria que ahora prueba de su propio jarabe, evocó la tita a cuantos predican sin ofrecer trigo limpio, a los que dan gato por liebre aprovechándose de las almas caritativas y algo adolescentes que los votan. Llegó incluso a indagar en la diferencia entre el político fiable y el embaucador.
Tía Gertrudis tiró de su proverbial memoria y trajo frases antológicas del antes subversivo y ahora 'modesto reformista', y comentó otras perlas como el lema feminista de su señora sobre mujeres ebrias que gestionan en solitario sus borracheras. Cosas de mi 'churri', naderías, que diría el vicepresidente en el pasado ardor revolucionario.
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