Inocentes y golfos
Mi papelera ·
Bueno las golferías, en esta España mía, esta España nuestra, a la que cantaba Cecilia, si se recogieran en una publicación, ocupaban más estantes que el Catastro de EnsenadaAdela Tarifa
Jueves, 26 de diciembre 2019, 00:53
Tenemos una memoria frágil. Por ejemplo, amigo lector ¿recuerda usted cuando nos contaban los noticiarios que una chica era condenado a seis meses de cárcel ... por el delito de devolver a grandes almacenes ropa que había usado? Pues eso fue hace pocos meses. Parece que la moza se daba un capricho comprando artículos de moda. No les quitaba las etiquetas, y pasado el tiempo las devolvía. Con ese tique se llevaba nuevos modelitos para el finde. Hasta que la pillaron. Olería la ropa a sudor de discoteca y perfume de los Chinos, digo yo. Vamos, una raterilla de poca monta. La pillería española es antigua, retratada magníficamente en la literatura del Siglo de Oro. A mí esto me recordó aquel cuplé que decía de la protagonista, algo sospechosa de vida alegre: «De dónde saca, pa tanto como destaca!» El caso es que la señora de la ropa usada ya está multada y fichada, aunque no haya ido a la cárcel. Al siguiente intento, no se libra. Y eso por una chorrada.
Bueno las golferías, en esta España mía, esta España nuestra, a la que cantaba Cecilia, si se recogieran en una publicación, ocupaban más estantes que el Catastro de Ensenada. Que si los trajes regalados a un político, que si las tarjetas de directivos de Bankia, que si los langostinos y prostíbulos de algunos untados por la trama de los Ere, que si los de la Gürtel, y la gran golfada de los Pujol en Cataluña… esto no tiene fondo. Todos golfos, pero unos más que otros.
Yo creo que el circo mediático empezó con temas de hacienda que hoy resultan poco relevantes. Algunas folclóricas pasaron lo suyo por un quítame de ahí un inspector de hacienda. Lola Flores abrió la veda. Hubo muchos más golfetes famosos, hasta llegar a la Pantoja, con su amado Julián y otros del lodazal de la Marbella reinventada por Gil y Gil. Ya no hemos parado. Lo más reciente y escandaloso ha sido ver entrar en la cárcel al yerno del emérito rey Juan Carlos I. Todavía cumple condena atenuada. Lo cual no es malo, porque de vez en cuando alguno paga parte de sus bravuconadas y mangancias, en pena de cárcel. Porque la pasta del contribuyente nunca se recupera. Sin embargo la mayoría se va de rositas. Mirando hacia Cataluña, hay para llenar estantes con historiales de ladrones que todavía no pisan la trena, aunque han robado mil veces más que la señora Pantoja. Por poner un ejemplo: el 'honorable' Pujol envejece tranquilamente en sus palacetes de invierno; solo tuvo condena de telediario. También a otros políticos se les ponen condenas simbólicas, pues si a un señor con más de 70 años le castigan a no presentarse a elecciones unos poquitos años, usted me dirá lo que le importa tal condena, cuando a esa edad anda jubiladísimo, disfrutando eternas vacaciones frente al mar, o en la sierra.
Eso sí, atrévase usted a no declarar en Hacienda que le pagó una editorial una miseria por derechos de autor, o que le arregló un tabique al vecino sin factura. En menos que canta un gallo le están llamando de para revisarle hasta las entretelas. Y en un suspiro le embargan su cuenta bancaria. Esa es otra: como va la banca, acabaremos con los ahorros debajo del colchón, por si las moscas.
Muchísimo peor puede ser la suerte de un ciudadano español cualquiera si un día se va a a ver a los suegros al pueblo el finde, y a la vuelta le han entrado unos okupas en la casa. No sólo no puede echarlos. Es que seguirá pagando por tiempo indefinido, la hipoteca de ese piso y todos los recibos. Tendrá que alquilarse una covacha para vivir, mientras ve a sus inquilinos salir y entrar de la casa que le robaron con carros llenos de productos precocinados del supermercado, porque todo les sale gratis y tienen la paguilla del estado. Y si algo les falta, para eso están Cruz Roja o Caritas, para llenar a su okupa la nevera gracias a su crucecita de la renta, la ponga usted o no. Eso es indiferente. Una parte de su trabajo, y del mío, va a fines sociales. Por ejemplo usted, con sus impuestos, a lo mejor está contribuyendo a evitar la extinción del urogallo, mientras sus hijos levan años en la casa sin emanciparse porque siguen en paro. Pero chitón. Eso es lo menos malo que le podría pasar
Porque usted, contribuyente español, tampoco podrá defenderse en la Seguridad Social si le aplazan una cita médica medio año, o si entran a robar en su casa y le pilla dentro, salvo que use a un exorcista para espantar ladrones. Es que probar que dio un codazo al intruso en defensa propia es muy difícil. Si le da con el palo de la fregona en un ojo, a lo mejor acaba con una lesión y a usted se le ha caído el pelo. Y mucho menos reprima a un hijo adolescente violento y vago, que le denunciará. Vamos, una inocentada tras otra que nos va consumiendo la paciencia.
El colmo resulta ser que en este país funciona la ley del embudo. Porque en Cataluña muchos jóvenes universitarios, y no tan jóvenes, se dedican a incendian coches, pegan y escupen a la policía, llaman hijo de puta al jefe de gobierno; o a cerrar la universidad, cortan la frontera, enmierdar calles, colapsar los aeropuertos, entre otras lindeza. Pero les sale gratis. ¿Realmente hay algún español con dos dedos de frente que crea hoy que las leyes y la justicia son iguales para todos? ¡Inocente!
En fin que por cosas así, o similares, una no ve la tele. Creo que por eso sigo ejerciendo de ciudadana ejemplar, porque todavía no me he vuelto loca. Aunque en estos tiempos tan mediáticos difícil resulta ser ciega, sorda, muda y tonta. Todos sabemos que aún se siguen dilapidando dinero público, que es de todos. Sabemos que no vamos bien con los malos tratos a mujeres, sabemos que hay ciudadanos de primera y de segunda para todo. Al menos, gracias a la democracia, no nos persiguen por decir lo que pensamos. Y lo que yo pienso es que sobran golfos y palmeros y falta ciudadanos críticos que se expresen con libertad y sin violencia. Por cierto. Como ya llega el día de los Inocentes, hago saber a los conocidos que inocentadas, las justas. Bastantes inocentadas llevo aguantadas en este año. No haya que ensañarse.
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