Feijóo ha sido nombrado líder indiscutible del PP. En su primer discurso, enmendó la plana a su antecesor: no viene a insultar; no renunciará a ... los pactos de Estado que el país necesita; «guarden sus carnés de patriotas, les decía a los suyos, y empecemos a trabajar como adultos»... Esta letra suena bien. España necesita, urgentemente, una oposición responsable, que acepte la legitimidad del Gobierno y que pacte con él los grandes temas de Estado. El tiempo dirá si este discurso es solo teoría, o responde al propósito de colaborar en la solución de las graves dificultades que atraviesa el país.
Aunque Casado ha ejercido la oposición con muchas carencias (insultos permanentes a un Gobierno 'ilegítimo' y oposición a todo, incluso a la reforma laboral, apoyada por empresarios, FAES, y Aznar), sin embargo, aunque había sido elegido, democráticamente, por un congreso (el primero), lo han echado a instancias de la presidenta de Madrid, con la connivencia de ciertos barones, especialmente Feijóo y Moreno Bonilla, aprovechando una denuncia suya de presunta corrupción de Ayuso, cuyo hermano cobró 283.000 euros de comisiones de una empresa, cuyo titular es amigo de infancia de ambos, por un contrato de mascarillas con la comunidad madrileña.
¿Cómo un mandatario, elegido por un congreso, puede ser destituido por la voluntad de unos pocos? ¿Cómo los que lo alababan y apoyaban hasta ahora, lo han expulsado sin piedad? ¿Cómo Ayuso, a la que hizo presidenta de Madrid, asumió la iniciativa para echarlo? ¿Cómo Almeida, Cuca Gamarra y tantos otros, amigos y colaboradores, lo dejaron en la más absoluta soledad? ¿Acaso la lealtad y el agradecimiento ya no existen? Vivimos en la sociedad de la sobreabundancia, donde no se valora lo valioso, sino el interés propio y lo superfluo, cuando la gratitud debería ser la mayor de las virtudes. Ser agradecidos y leales ensancha nuestro corazón. Solo los agradecidos son felices, porque solo ellos están satisfechos consigo mismos, al sentirse justos.
Don Quijote se encontró un día con una cadena de galeotes. Tras escuchar sus historias, el hidalgo los liberó, pero cuando les pidió que fueran a El Toboso para rendir homenaje a Dulcinea, recibió de ellos una lluvia de pedradas como signo de gratitud. Y el hidalgo les dijo: «De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que a Dios más ofende es la ingratitud» (I,22). En otra ocasión, le dijo a Sancho, cuando fue nombrado gobernador de Barataria: «Muéstrate agradecido a tus señores, que la ingratitud es hija de la soberbia y uno de los mayores pecados que se sabe…» (II,51).
Pero, desgraciadamente, hoy estamos más acostumbrados a ver más casos de ingratitud que de agradecimiento, cuando debería ser un valor básico de la educación en la familia y en la escuela. Ya en el siglo XVI, Francisco Guicciardini, florentino, amigo personal de Maquiavelo decía: «Nada más breve y molesto que el recuerdo de los favores recibidos. Cuanto más grandes, mayores son la ingratitud y el desprecio a quien los hizo». ¡Cuánta razón tenía este florentino! La actitud de Casado, ante tanta ingratitud, ha sido ejemplar. Ha asistido a su funeral político con dignidad, y ha respondido con humildad y juicio sensato a la ignominia. Sin duda, es mejor persona que político.
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