Tiene el otoño impronta de última estación, de etapa final. No en vano es la época que marca el tránsito del calor al frío, como ... presagio de la vida que se agota. Hasta el diccionario nos lo recuerda en una de sus acepciones: «Período de la vida humana en que ésta declina de la plenitud hacia la vejez». Y es que existe la tendencia generalizada a identificar como binomios prácticamente inalterables primavera/juventud y vejez/otoño. Yo, sin embargo, a pesar de Rubén Darío y su 'Canción de otoño en primavera', mantengo que el divino tesoro de la juventud no tiene por qué irse con las hojas que el viento arranca siempre por estas fechas, implacable, de las ramas. Por el contrario, la savia que permanece activa en su interior posibilita al árbol, aún en otoño, el mantenimiento de la vida, de la juventud, de la primavera. También la vejez humana puede ser vencida por la savia de la voluntad inteligente, aunque no siempre ésta sea suficiente para evitar que «cuando quiera llorar, no llore, y a veces llore sin querer», si bien el fluir de mis lágrimas no está nunca vinculado, como la caída de las hojas caducas, a esta época del año.
Pero, además, para quien ame la luz y el color, ¿qué mejor estación para disfrutar del paisaje que el otoño? Ninguna persona mínimamente sensible puede permanecer indiferente ante la belleza de los valles, las vegas y las serranías andaluzas durante estos meses otoñales. Los campos y los cielos de nuestra tierra adquieren tonalidades tan genuinas, intensas y bellas que parecen expresamente creadas por la Naturaleza para el deleite visual de los propios dioses. La transparencia y luminosidad que las lluvias otoñales confieren a la atmósfera ayudan a resaltar el predominio espectacular del amarillo, el marrón y el rojizo sobre todos los demás colores, un predominio que hace aún más patente el indiscriminado salpiqueo de los pueblos con su nítida blancura en mitad del paisaje. La exuberante gama de colores primaverales ha sido reemplazada ahora por la no menos apasionante y sugestiva gama otoñal, cuyos elementos más significativos me sugirieron hace años esta ingenua cancioncilla:
«Los membrillos/
amarillos,/
colorados/
los granados,/
las castañas/
telarañas/
y la lluvia en los tejados»/
En fin, para quien sea también amante del buen vino, como es mi caso, su estación preferida del año no puede ser más que el otoño, pues no en balde es el tiempo en que los vinos se hacen. Tan relevante parece este aspecto que el mismo Antonio Vivaldi lo convirtió en motivo principal del primer movimiento del concierto dedicado al otoño en su archifamosa 'Ópera Ottava', popularmente conocida por 'Las cuatro estaciones'. En el soneto demostrativo que precede a cada concierto, la estrofa que este movimiento desarrolla musicalmente –por supuesto, en forma de 'allegro'– resulta harto significativa:
«Celebra el aldeano con baile y canciones el hermoso placer de la bella cosecha y del licor de Baco tanto trasiega que con el sueño acaban sus goces».
Placer tan hermoso como el de la cosecha para el aldeano es hoy para mí la degustación de los vinos de nuestra tierra, otrora tan denostados allende las fronteras del antiguo reino nazarí y hoy en día acaparadores de prestigiosos premios nacionales e internacionales gracias a la importante labor desarrollada en las últimas décadas por los viticultores y las bodegas del sureste peninsular. Y, aunque otras estaciones del año estén también relacionadas con la labranza de los campos, el laboreo de las viñas, la recolección de las uvas o la elaboración y el envejecimiento de los vinos, qué duda cabe de que es en otoño cuando las levaduras hacen su imprescindible trabajo para posibilitar la vinificación de los mostos y convertir sus caldos en el placer de dioses que desde hace milenios viene atemperando el tránsito de la Humanidad por su terrenal existencia. El otoño es, pues, la estación primordial e imprescindible en el proceso vitivinícola, y a pesar de que Federico García Lorca escribiese que «Las vides son la lujuria/ que se cuaja en el verano», acudiré a su amigo Pablo Neruda para reforzar mi panegírico otoñal con estos versos de su maravillosa 'Oda al vino':
«Amo sobre una mesa,/
cuando se habla,/
la luz de una botella/
de inteligente vino./
Que lo beban,/
que recuerden en cada
gota de oro/
o copa de topacio/
o cuchara de púrpura/
que trabajó el otoño/
hasta llenar de vino las vasijas/
y aprenda el hombre oscuro, en el ceremonial de su negocio,/
a recordar la tierra y sus deberes,/
a propagar el cántico del fruto»./
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