En defensa de la tauromaquia
Ignacio Pozo
Viernes, 19 de septiembre 2025, 00:43
La fiesta nacional al alza. A punto de concluir la temporada taurina en España, la conclusión más evidente es que la fiesta nacional vuelve a ... levantar pasiones: conquista a la juventud y desafía a sus detractores. Una España dividida, pero con la afición taurina ganando por goleada.
La tauromaquia es una lección de vida. Es un arte de lo más fascinante, ese arte milenario que mezcla valor, arte y honor, vive un momento de esplendor. Contra todo pronóstico, en pleno siglo XXI, las corridas de toros vuelven a levantar pasiones. Plazas llenas con el cartel de «no hay billetes» por toda la geografía hispana, figuras carismáticas como Morante, Ortega, Aguado, Talavante, Roca, o nuestro paisano 'el Fandi', acumulan miles de seguidores jóvenes y una afición que, lejos de extinguirse, se ensancha con más fuerza que nunca.
Mientras una minoría vocifera desde su intolerancia, la voz de la calle parece hablar claro: el pueblo quiere toros. Plazas pequeñas con llenos históricos y un seguimiento en televisión similar a una final de Champions, y lo hace desde las antiguas percepciones del valor, de tesón, de coraje, de desprecio al hedonismo, de culto a la tradición, de fortaleza moral, de valores trascendentales, de desprecio a la materia, de autoafirmación del alma humana... parece resurgir en las plazas de toros.
El alma de este renacimiento tiene nombre andaluz. Morante de la Puebla ha sido el gran agitador del toreo en los últimos años, un artista sin cadenas que ha devuelto a la plaza su carácter casi litúrgico, con aroma clásico y temple sereno. La faena de Morante en Madrid fue vista por más de un millón de personas solo en Andalucía. Lo que se palpa es que la afición gana adeptos por días. Gana con arte. Gana con cultura. Gana con libertad. Ortega enamora con su naturalidad casi mágica, mientras Aguado levanta pasiones con su cadencia y su elegancia. Ambos han conseguido lo que parecía impensable: llenar, y retransmisiones de la televisión autonómica andaluza que han alcanzado cuotas de pantalla inimaginables. Hasta la igualdad de género se vislumbra con una joven novillera Olga Casado. Todos ellos y, sobre todo, la afición sostienen que la libertad, la tradición y el arte tienen espada y capote. Y esta vez, no piensan retirarse.
La tauromaquia no es solo defender una tradición. Se trata de plantar cara a esa corriente que quiere arrasar con todo lo que huele a raíz, a historia o a identidad, es emoción, es creación viva, es el grito que nos une. Y mientras algunos intentan silenciarlo desde los despachos, el arte sigue hablando alto en los ruedos, y en la calle.
Es baladí la discusión de las subvenciones que recibe el arte, sea el cinéfilo o el taurino. Para mí ambos son arte. No obstante, al sacar este debate los antitaurinos, cabe recordar que el cine español recibió en 2024 un total de 92 millones de euros en subvenciones, mientras que la recaudación total de taquilla fue de solo 65,6 millones, dejando un déficit de 26,4 millones. Mientras se mantiene a directores famosos, las producciones con impacto social limitado o nulo reciben prioridad frente a necesidades urgentes de los ciudadanos. En sensu contrario la tauromaquia es España: tradición rentable y socialmente comprometida, ya que genera resultados tangibles: en 2024, las subvenciones estatales fueron mínimas, 65.000 euros, mientras los ingresos por entradas superaron los 400 millones de euros, de los cuales 40 millones se recaudaron en IVA, con una generación de 54.000 empleos directos e indirectos y un impacto en el Producto Interior Bruto (PIB) superior a 4.000 millones de euros, demostrando que esta tradición es no solo cultural sino económicamente vital.
En un país donde el gasto público a menudo se pierde en burocracia y programas de dudosa eficacia, la tauromaquia brilla como un faro de cultura, unidad y rentabilidad. Los toros no solo emocionan; unen, representan nuestra identidad y generan riqueza, recordándonos la España que somos y queremos proteger.
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