Sierra Nevada: hacia una conservación participada
El mayor Espacio Natural de Andalucía podría liderar un cambio transformador en conservación
Ideal
Sábado, 5 de julio 2025, 23:12
Autores: Javier Cabello, Sergio Martos, Ángel Pérez Rodríguez, ponentes de las comisiones de Investigación y Conservación, Aguas y Socioeconómica; Concha Alfaro, ... Manuel Corrales, Javier Egea, Miguel Esteban, Alejandro Ramos y Asunción Ruiz, miembros del Consejo de Participación del Espacio Natural de Sierra Nevada.
Con motivo de la celebración del próximo Consejo de Participación del Espacio Natural de Sierra Nevada, y ante la presentación del nuevo presidente, queremos trasladar algunas reflexiones colectivas sobre el papel que este órgano debe desempeñar en un momento clave para el futuro de este territorio.
Sierra Nevada no es solo una montaña: es una frontera viva entre lo natural y lo humano. Punto caliente de biodiversidad, reserva de agua en una región árida y hogar de más de sesenta municipios con saberes, paisajes y modos de vida que han modelado el territorio durante siglos. Sus nieves alimentan acuíferos, ríos y cultivos; sus laderas albergan desde borreguiles alpinos hasta mosaicos agrícolas tradicionales. Y todo ello bajo una doble figura de protección: parque nacional en las cumbres y parque natural en la media montaña. Sobre el papel, un ejemplo de conservación avanzada. Sin embargo, Sierra Nevada también refleja nuestras contradicciones. El desarrollo urbanístico y deportivo de la estación de esquí convive con pueblos que pierden población. La excelencia científica choca con dilatadas esperas en la tramitación de autorizaciones y con trabas que dificultan el avance del conocimiento. Y las políticas de conservación, pese a su marco jurídico ambicioso, corren el riesgo de quedar atrapadas en un ovillo administrativo: trámites, silencios y formalismos que impiden actuar con la ambición transformadora que exige el presente.
Como miembros del Consejo de Participación, hemos sido testigos del enorme valor ecológico y cultural de esta montaña, pero también de los desafíos estructurales que enfrentamos. No hablamos solo de problemas ecológicos o climáticos, sino de una crisis de gobernanza. El Consejo, órgano creado para canalizar la voz de la sociedad civil, proponer mejoras y fomentar la corresponsabilidad, se ha ido vaciando de contenido. Una tendencia que nuestro anterior presidente intentó revertir, impulsando un giro como el que hoy volvemos a reclamar, y promoviendo una intensa agenda de actividades con motivo del 25º aniversario del Parque Nacional. Pero ¿cómo se explica que hayamos estado más de medio año sin presidencia? ¿O que las comisiones de trabajo se reúnan solo una vez antes de cada pleno, como mera formalidad y con una capacidad de debate tan limitada que incluso se celebren todas en una misma mañana? ¿Cómo puede hablarse de participación cuando, en muchas ocasiones, se informa después de decidir?
Lo que debería ser un espacio de consulta y deliberación se ha convertido casi en un escenario de certificación institucional. Un Consejo que más que participar, escucha; que más que proponer, valida. No solo falla la forma: ha fallado también el fondo. La participación ha perdido sentido. Paralelamente, se amortizan plazas, se marchan técnicos, se ralentiza la investigación y se resiente la gestión del parque. Esto ocurre mientras se agravan los retos de gestión: la intensificación de los conflictos por el agua en un contexto de emergencia climática; la presión de la agricultura intensiva en áreas de montaña; la degradación de hábitats únicos; la masificación turística de la alta montaña y un turismo deportivo desbordado; la pérdida de población rural y de saberes tradicionales; o la presión ganadera en zonas especialmente frágiles. Todo ello en el marco del requerimiento de la UNESCO para la ampliación de la Reserva de la Biosfera, y de la necesidad de actualizar el Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) conforme al Plan Director de Parques Nacionales.
Sierra Nevada debería ser un territorio emblemático, donde la conservación actúe como motor de sostenibilidad, innovación social y cohesión territorial. Tiene una naturaleza espectacular, actores comprometidos, una historia rica y una importante visibilidad nacional e internacional. Pero para asumir ese liderazgo hacen falta voluntad política, inteligencia institucional y una participación real. Transformar la conservación no es debilitarla: es hacerla más robusta, más conectada con las personas, con la ciencia y con la ética del cuidado. Como recuerda el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) de Naciones Unidas, los cambios transformadores requieren más democracia ambiental y menos burocracia vacía.
Por eso, pedimos que el nuevo presidente del Consejo de Participación asuma su función no como un cargo honorífico, sino como una responsabilidad democrática al servicio del bien común. Que se convoquen las comisiones de trabajo con tiempo y contenido. Que se consulte antes de decidir. Que se abran espacios reales de diálogo. Que se refuerce la estructura de personal. Y que se escuche no solo a quienes tienen poder, sino a quienes habitan el Espacio Natural, a quienes lo cuidan, y a quienes llevan décadas generando conocimiento desde el estudio y la práctica. Sierra Nevada no puede seguir esperando. Es hora de que el Consejo vuelva a ser un órgano activo, plural y valiente. Porque conservar no es solo proteger la biodiversidad emblemática: es, además, atender a los retos de sostenibilidad y justicia ambiental.
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