Edición

Borrar
IVÁN MATA
Idea cosmopolita de historia

Idea cosmopolita de historia

«Y la historia no es patrimonio de ninguna tribu, sino de toda la humanidad, de toda criatura sintiente con el poder de la razón y el impulso de perseverar en su ser» (Steven Pinker: En defensa de la Ilustración)

José María Agüera Lorente

Lunes, 18 de febrero 2019, 23:56

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

¿No les ha ocurrido nunca discutir sobre un acontecimiento histórico y tropezarse con el supuesto de que la historia es un relato construido al margen de la verdad, impermeable a todo afán de objetividad o siquiera de verosimilitud? A un servidor le ha pasado en más de una ocasión. La idea de que la historia es más bien retórica del relato campea por sus respetos en el ágora que así ha quedado cubierta de una espesa capa de abono para la siembra de la dichosa posverdad. A partir de aquí cualquiera puede, sin sonrojarse, incurrir en anacronismos, ensalzar naciones inexistentes o atribuir rasgos identitarios –en realidad exógenos– ante un auditorio en su mayor parte carente de una vigorosa idea de historia que le prevenga de los ataques manipuladores de sus creencias; y muy a menudo hay un público bien dispuesto a otorgarle su aquiescencia.

¿Cómo es posible que se haya echado a perder una idea de historia costosamente elaborada durante el Siglo de las Luces sustentada en el supuesto de que hay una verdad, que constituye uno de los pilares fundamentales del progreso de la humanidad, que debe ser investigada, conocida y respetada al margen de intereses tribales?

La posmodernidad es el descrédito de la historia, ya que a sus ojos todo relato (no otra cosa es la historia según propone) es sospechoso y relativo. Según este paradigma de pensamiento, el progreso es un mito eurocentrista que se reduce al éxito de la razón instrumental, un fantasma al que todos creen ver encarnado en los logros de la tecnología, pero que en verdad es la prueba irrefutable del fracaso de la Ilustración, pues lo ocurrido desde el Siglo de las Luces es la constatación de la imposibilidad de lograr el ideal de la fraternidad humana plena de dicha sobre la faz de la Tierra.

En una de las viñetas publicadas en la prensa por 'El Roto' aparece un niño que carga a la espalda con su mochila de escolar. El autor le adjudica la siguiente declaración: «En mi colegio, en vez de historia, damos tribu». De esta manera, ignorando las aportaciones de la Ilustración sobre la idea de historia tornamos a su teologización, al tiempo que se somete al mismo proceso degenerativo a la política, tan ocupada en la guerra del discurso que apenas incide en las condiciones materiales de vida, las cuales quedan sujetas en la práctica al determinante juego algorítmico de la economía financiera global.

En su ensayo de 2017 titulado Nueva ilustración radical, la filósofa Marina Garcés afirma que nos ha tocado vivir la «catástrofe del tiempo»; que hemos pasado de la condición posmoderna a la «condición póstuma». El futuro de la humanidad no existe, pues se vive en un permanente «hasta cuándo»: hasta cuándo me durará el trabajo, hasta cuándo resistirá el hielo de los polos, hasta cuándo el crecimiento económico... Es el apocalipsis de la inminencia. Mientras, queremos distraernos en un presente de rutilante progreso tecnológico, olvidados de la historia, instalados en un tiempo que no va a ninguna parte. Para Marina Garcés es el síndrome consecuencia del desprestigio del proyecto ilustrado: «La guerra antiilustrada legitima un régimen social, cultural y político basado en la credulidad voluntaria»; pero según ella tal desprestigio es consecuencia de la confusión entre ilustración y modernidad. Ésta se ha desplegado históricamente en la expansión del capitalismo a través del colonialismo. Sin embargo, el espíritu de la ilustración radical queda intacto, el de la crítica como instrumento de emancipación y de mejora de la humanidad por sí misma. Ello exige un combate cotidiano contra la credulidad voluntaria desde el reconocimiento de los propios límites; también, por supuesto, los de la razón si queremos que no acabe produciendo monstruos (evóquese el grabado de Goya, uno de nuestros pocos ilustrados). La crítica es –en palabras de la mencionada filósofa– «este examen necesario, sobre la palabra de los otros y, especialmente, sobre el pensamiento propio». Así, en efecto, empezamos a tener una idea de historia; y por ella creímos posible tomar las riendas de nuestro destino. ¿Cuál es la inconsciente propuesta actual: dejarnos llevar hacia el apocalipsis de la inminencia?

Pienso que el proyecto de una nueva ilustración radical es la propuesta consciente, es decir, la única que asume la objetiva realidad de nuestra existencia, la única que puede devolvernos una idea de historia, una vivencia del tiempo surgida de la experiencia del esfuerzo de la humanidad por mejorar sus condiciones materiales de vida. No acepto la idea de que el progreso sea un mito. Es historia. Eso sí, una historia inconclusa que para proseguir requiere de ciertas convicciones que Steven Pinker expresa de la mejor manera en su 'En defensa de la Ilustración': «La vida es mejor que la muerte, la salud es mejor que la enfermedad, la abundancia es mejor que la penuria, la libertad es mejor que la coerción, la felicidad es mejor que el sufrimiento y el conocimiento es mejor que la superstición y la ignorancia».

Es un imperativo de supervivencia que los vínculos entre seres humanos dejen de ser de naturaleza tribal y pasen a obtener su fuerza de la conciencia de la semejanza fundamental que todo miembro de nuestra especie comparte esencialmente.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios