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Hospital

El grandioso Aquiles en el mundo de los muertos clamaba desesperado por la existencia en su expresión más insignificante

Francis López Guerrero

Sábado, 28 de diciembre 2019, 01:26

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En los hospitales uno se canta y se cuenta con cierta tristeza y lejanía. Como si no existiera pese a la existencia. En eso consiste ... estar vivo: en cantarse y contarse, aunque sea a lo lejos. Se sienta uno en un sillón azul oscuro y taciturno que lo sabe todo acerca de los silencios y de las cavilaciones de los seres humanos. Y ese sillón se vuelve universo, con una astronomía que entremezcla la lentitud y el vértigo, con sus días y noches sin ningún significado distintivo en esencia. Como una cápsula del tiempo y del espacio que te atrapa sin concesiones. Y uno es uno y solamente uno y uno solamente. No caben las inquietudes y las pasiones colectivas. Rubén Darío afirmaba que en literatura la sinceridad es potencia. Y hoy realmente me siento potente. Es curioso que un objeto inanimado tan poco querido como un sillón hospitalario pueda realizar infinitas capturas del dolor humano sin tecnología punta e inapreciables a simple vista. Sentado en ese sillón envolvente hay un momento de abstracción plena, que es cansancio extremo, que convierte la derrota venidera en victoria. Te ocurre lo que a la Juana de Arco de Leonard Cohen, que cansada de batallar, sólo quiere un vestido blanco, un vestido de paz que ponerse, como la bata de un médico.

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