Cada día más, los países democráticos otorgan a los homosexuales plenitud de derechos, incluido el matrimonio.
El Papa Francisco, el líder mundial más carismático del ... momento, por su humildad, su proximidad, y su amor a la verdad; que ha defendido a las mujeres, del maltrato de los hombres; a los niños, de la pedofilia y el abuso; a los inmigrantes; a los trabajadores; y que ha denunciado el capitalismo voraz, los comportamientos altivos de la curia romana, y a los que utilizan la fe para lograr poder y prestigio…, sin embargo, hay ciertos temas que esperábamos que resolviera y no lo ha hecho: entre otros, el celibato voluntario, el sacerdocio de las mujeres, o la incorporación de homosexuales y personas LGTBI a la vida plena de la Iglesia.
En cuanto a la homosexualidad, en 68 países está penada con flagelaciones públicas, prisión o pena de muerte, cuando en la Declaración de los Derechos Humanos, de 1948, en su artículo primero se afirma: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». Jesús de Nazaret nunca condenó la homosexualidad; fue Pablo de Tarso, con una formación judía, el que consideró a los «adúlteros, afeminados, homosexuales, ladrones, borrachos, como excluidos del Reino de Dios» (Cor 6, 10); mientras que, en el Evangelio, los pecados más graves son las guerras, el hambre, la falta de techo, la falta de medicinas para los enfermos, el abandono de niños y ancianos, la vejación a las mujeres, el rechazo al emigrante… (véase el juicio final, Mt 25, 31-46).
Aunque Francisco siempre tuvo una constante aproximación a los homosexuales, y defendió que deben ser aceptados por sus familias, que son loables las uniones civiles, y que se les debe ayudar y tratar con «ternura, por favor, ternura, como la tiene Dios con cada uno de nosotros» (en una entrevista en 2013 preguntado por los homosexuales respondió «¿quién soy yo para juzgarlos?»). Sin embargo, el pasado 24 de enero, en una entrevista en The Associated Press, tras rogar a ciertos obispos que no
apoyen leyes que criminalizan la homosexualidad, y que acojan al colectivo LGTBI y apoyen las leyes que lo defienden, afirmó que «la homosexualidad no es un delito, pero sí es un pecado», lo cual ha sorprendido, enormemente. Hasta la misma Conferencia Episcopal Española lo ha corregido: Según su secretario general, César García Pagán, «ser homosexual no es ni un delito, ni un pecado». Para él, esa afirmación del Papa alude al catecismo de la Iglesia Católica que habla de «la tendencia sexual de una persona por una parte, y, por otra, del ejercicio o realización de esa sexualidad, que no solo afecta a las personas homosexuales sino también a las heterosexuales». Actualmente, frente al criterio de ciertas conferencias episcopales, como la alemana o la estadounidense, el Vaticano prohíbe que la Iglesia bendiga la unión entre homosexuales.
San Agustín decía: «Ama y haz lo que quieras… Si amas, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos» y esa norma de conducta tiene hoy más vigencia que nunca. Aunque cada día son más los países que otorgan a los homosexuales plenitud de derechos, incluido el matrimonio y la adopción de hijos, la Iglesia los sigue discriminando. ¿Hasta cuándo seguirá estando al margen de los Derechos Humanos? ¿Hasta cuándo seguirá marginando, y causando dolor a los creyentes homosexuales?
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