Puede resultar un despropósito escribir sobre uno de los libros más influyentes del mundo contemporáneo. Traducido a más de veinte idiomas, ampliamente comentado, referenciado y ... editado: 'El hombre en busca de sentido' es un manual de vida, un texto de cabecera que, sin pertenecer al género autoayuda ha cambiado para bien la vida de mucha gente. Por ello dejo a un lado el pudor y el atrevimiento que supone recordar todo lo que este libro pequeño aporta, convencido de que pueda servir de recetario para los tiempos de adversidad que tocan. Lo recomiendo a quienes ya lo leyeron en su día y a quienes no han tenido la suerte aún. A jóvenes –debiera ser lectura obligada en los institutos– y no tan jóvenes –debiera ser lectura obligada para todos nosotros, que buena falta nos hace–.
De su contenido poco diré. Tan solo que un psiquiatra y neurólogo, Viktor Frankl, narra en primera persona su experiencia como prisionero en campos de concentración nazis, incluido Auschwitz; y su lucha por encontrar una razón para vivir. Pero no es un ensayo sobre los atroces sufrimientos físicos y morales del genocidio; no se detiene en detallar la crueldad de los hechos o el dolor vivido –aunque está descrito–. Se centra en el sentido humano, en los porqués y los paraqués de la existencia; en lo que de verdad importa y nos hace mejores y más humanos. Y viene a dar las claves de eso que llamamos sentido, objetivo vital, motor de la vida, las razones que nos mantienen por aquí aunque estemos encadenados a inmensas roturas emocionales, descosidos personales y privaciones físicas.
Aun en los momentos de mayor sufrimiento, no solo hay modos de encontrar la razón de vivir, sino que hay muchísimos porqués: este es el mensaje principal. Según Frankl, lo que determina nuestra capacidad para afrontar casi cualquier cosa que nos haya tocado es nuestra actitud. Nada nuevo que no supiéramos. Pero el autor no sostiene todo esto subido al púlpito de una consulta psiquiátrica exitosa –que la tuvo–; no lo dice desde el conocimiento adquirido por la investigación científica –que lo tuvo–; no habla desde un congreso de psiquiatría ni tampoco nos lo cuenta desde el equilibrio que da tener una familia a tu lado o un entorno vital estable.
Habla el hombre salido de un campo de exterminio en que un mendrugo de pan seco podía generar las mayores disputas entre hermanos o provocar las mayores grandezas –que suelen ser casi siempre, las más calladas u ocultas–. Habla el hombre que perdió a su mujer; el que presenció el dominio de unos hombres sobre otros; el que cavaba traviesas de ferrocarril y a diario veía desfilar prisioneros hacia las cámaras de gas. Habla el hombre que vivió la muerte cerca, las marchas de castigo, las órdenes, las mofas, los abusos y los golpes. Habla el preso número ciento diecinueve mil ciento cuatro. Habla de frente a su «existencia literalmente desnuda».
Claro está que no siempre podemos cambiar las circunstancias. Como vino aquella guerra, viene un cáncer, una prisión injusta, un huracán del cielo, un accidente en coche, una pandemia. Viene el paro, el desamor, la desgracia, y nos pilla por en medio. Esto es así, por más que nos empeñemos. Pero hay peros y esta es la diferencia que marca todo, todo lo cambia: que siempre podemos elegir nuestra actitud ante cualquier situación que se presente, por dura que resulte, y mientras escribo esto, pienso mucho en las personas privadas de libertad, los reclusos de la cárcel de Albolote.
El autor cuenta en el libro que quienes tiraban la toalla, los prisioneros que dejaban de creer en el futuro y perdían la esperanza, comenzaban a mostrar signos estáticos, descuidaban su higiene personal, no reaccionaban a nada, entraban en una especie de apatía emocional y su tentación diaria era tirarse contra la alambrada electrificada. Quien perdía el sentido de la vida sentenciaba su futuro, prefería intercambiar su ración de pan por unos cuantos cigarrillos, prefería acabar. «Muchos de los prisioneros del campo de concentración creyeron que la oportunidad de vivir ya les había pasado (…). O bien se puede convertir la experiencia en victoria, en un triunfo interno, o bien se puede ignorar el desafío y limitarse a vegetar como hicieron la mayoría de ellos».
Por ello Víctor Frankl se centra sobre todo en destacar a aquellos otros hombres «que caminaban de barraca en barraca reconfortando a otros, regalando su trozo de pan. Puede que los hombres que ayudaban fuesen pocos, pero son prueba suficiente de que te pueden quitar todo, excepto la libertad de actuar como quieres». (…) «Cada hombre, aún bajo las condiciones más trágicas, guarda la libertad interior de decidir quién quiere ser, porque incluso en esas circunstancias es capaz de conservar la dignidad de seguir sintiendo, sintiendo como un ser humano». Parece obvio que el entorno de un campo de concentración es el caldo de cultivo óptimo para que un ser humano sienta y sea capaz de sentir odio, desprecio, ira, resentimiento, venganza y todo el pesimismo y la desesperanza que quepan. Pero este autor que poco pudo cambiar el curso de los acontecimientos en aquel campo, se limitó a sembrar bien en su entorno, así de sencillo. Prefirió desviar su mirada de ese mal que no podía cambiar y procurar el bien posible. Al tiempo que optaba por la belleza; cerrar los ojos y recordar los acordes de una sinfonía; viajar con la memoria hacia los lugares bellos, el tiempo de los abrazos y los buenos momentos.
Belleza y bien a pesar de la fealdad circundante o del corazón herido. A pesar de los capos, los golpes, el olor a muerto o el ruido de silbatos, este es el recetario que nos redime de tanta adversidad como nos vaya tocando. Y así, todos vamos optando entre belleza y bien o dejarnos arrastrar por el fango. Belleza y bien o pasarnos al otro bando. En este juego nos va el sentido por más que creamos que la vida era otra cosa. Vale la pena poner agua a las flores porque hacen el mundo más bonito como vale la pena perdonar porque lo mejora todo y nos mejora a nosotros. «Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la elección de su actitud personal frente a las circunstancias, la elección de su propio camino».
Su experiencia no es sólo la del hombre capaz de reconstruirse ante una vivencia adversa o traumática ni trata de contarnos cómo afrontar situaciones límite o resultar supervivientes de una guerra mundial. Este autor se adentra en las claves de la felicidad humana, que también son posibles en tiempos de adversidad.
Su sufrimiento no acabó cuando fue liberado: aún le quedó por vivir la soledad de haber perdido en el genocidio nazi a su mujer, sus padres, a sus amigos. Y decidió vivir la vida intensamente y ayudar a otros a encontrar el sentido de sus vidas.
La dificultad nos acompaña a todos, nos acompaña casi siempre de un modo u otro, con mayor o menor intensidad. Y caben dos actitudes: caer en el victimismo, el resentimiento, el pesimismo o el abandono o, por el contrario, levantarnos, agradecer la oportunidad, volver a la siembra desviando nuestra marcha hacia otro rumbo a pesar de las heridas. Lo que cambia nuestra vida es la actitud, lo que la dota de sentido es el bien y la belleza, el conocimiento, el amor. Y poco más.
Y es que, como dice la película 'La vida es bella', «la vida a veces duele, a veces cansa. A veces hiere, no es perfecta, no es coherente, no es fácil, no es eterna, pero a pesar de todo la vida es bella».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión