Ya está aquí, ya me suena, la cuarta ola. Y a ustedes también, lo que pasa es que disimulan, hacen como si nada, pero hay ... que rendirse ante la evidencia de las últimas noticias. A mí me queda por ponerme la segunda dosis de la vacuna de Pfizer. Tengo la cita para el día 29. Ya les informaré debidamente... Ya ver si de una u otra forma me dejan bajar, es un decir, es un querer, a Granada, ¡ay, mi Granada!
Por lo pronto, a cada tiempo su tiempo, a cada toro su juego, a cada día su santoral. Mis felicidades, o por lo menos mi recuerdo, a todos los padres, (les conozca o no tenga el gusto) a los de ayer, los de hoy y también los de mañana. Y también felicidades a los que se llamen don José, Pepe, Pepito o Pepa, que es un nombre redondo y hermoso.
Ayer, en mi 'minutico Medina' con Juan y Medio en 'La tarde aquí y ahora', les dediqué noventa segundos (directo desde Madrid, son los milagros de la ciencia) a los mayores, que volvían a medio llenar las gradas del estudio que lleva mi nombre, y en el que tanto mayor se retrata. Hoy mismo he vuelto a decir y a poner de moda de nuevo aquello de, ¿recuerdan?, que la arruga es bella, que es una verdad como un templo.
Suena el teléfono. Es Alfredo Amestoy, mi ángel que nunca falla, que siempre esta ahí. Aquí me tienes como siempre en el sitio que yo elegí para vivir de por vida, en la Costa Tropical, en el mapa de Motril, que, de seguir subiendo al ritmo que lo hace, veremos a ver si con el paso de los años, no muchos, no se convierte en la capital de Granada». Palabra de Alfredo, que es un gran visionario y con los pies en la tierra. O sea, ángel portador de buenas noticias. Gracias maestro, hermano.
Y sigo atento, cómo no, a la política, porque Granada es un núcleo sísmico, aunque lo disimule, que también en eso somos maestros. Como en lo de la malafollá, con acento en la 'a'. Me llama Andrés Cárdenas, que está en el otro periódico que también leo todas las mañanas, y me comunica la triste noticia de que ha muerto el 'gran cónsul de la malafollá en Nueva York', que fue director de aquel banco en la Quinta Avenida, frente al hotel Waldorf Astoria, al que yo iba siempre que acompañaba a Julio Iglesias, hace ya tantos años... Descanse en paz el gran paisano.
Vuelvo a don Andrés Cárdenas. Recuerdo que escribió aquella novela impresionante del gran naufragio de La Herradura, donde murieron ahogados mas de cinco mil marinos de la escuadra española. Ahora se ha inaugurado allí en la Torre de la Marina un museo sobre aquella efemérides tan nuestra.
Granada en vena siempre que me es posible, claro que sí.
Me agrada leer que, aunque parecía que se acababa, va a seguir trabajando en su tarea, en su argumento, el Legado Andalusí, que a mí me gusta tanto y que creía que iban a ningunearlo, con la falta que hace. Y ahora mucho más que nunca. Así que aquí lo pongo con mayúsculas: El LEGADO ANDALUSÍ, CLARO QUE SÍ. En un coche y de paso. Granada, contigo en la distancia.
Reniego, que de todo tiene que haber en una página como la del cronista de la villa, de esa afirmación que he leído en alguna esquina de periódico, de que «hay que terminar con el chiringuito de Sebastián Pérez de la Fundación del Agua de Emasagra», cosa que me ha dolido mucho, porque eso, además de mala leche, no es verdad, como pudo comprobarse al día siguiente del libelo, cuando Emasagra dio dos noticias solidarias e importantes para la comunidad de Granada.
En fin, nunca llueve a gusto de todos. Menos mal que mi hijo Tico, el mayor de mi casa, me acaba de traer un regalo que no esperaba y que había pedido tantas y tantas veces: La maceta de pilistra que siempre quise tener y que acaricio todos los días cuando paso cerca de ella y recuerdo la piel de mi madre Lola. ¡Siempre Granada, de todos modos y maneras!
Y también está la alegría de saber que mi parque le da vida a los granadinos y a los que no lo son, también. Hay buenos proyectos inmediatos para que ese espacio sea más hermoso todavía.
Me mandan fotos, artículos originales y cariñosos, comentarios y hasta platos retratados de los de cada día de los que disfrutan en el parque. ¡Quién me iba a decir que mi nombre iba a servir para recordar buenos momentos familiares! ¡Si vieran cuántos proyectos tengo para esas ocho hectáreas allí junto al camino de Ronda, por donde a veces corrí cuando era niño, hasta que tuve mi primer pantalón bombacho!
A veces chupo una bala, de fusil que tengo sobre mi mesa de trabajo desde hace no sé cuánto tiempo. Se trata de un gesto, que me acompaña ya desde hace mucho tiempo. ¿Desde cuándo está conmigo? ¿De dónde llegó hasta mi escritorio? Tiene un sabor áspero, a cobre, y la punta afilada. Recuerdo cuando, hace ya tanto tiempo, me cabía el dedo índice en los agujeros de bala de las tapias del cementerio de no voy a decir dónde, porque no hace falta.
Mi bala es de mauser, el fusil que tenía el guerrillero Tirofijo en lo alto de la Sierra Nevada de Colombia
Y termino, mis paisanos que tanto me queréis en la casa y me consta que es verdad por vuestra capacidad de aguante, si al final de la crónica y por falta de texto hay publicidad de un hermoso tanatorio. ¿Me queréis decir cuál es vuestro verdadero mensaje? De todas formas, yo ya me he pedido ceniza y fosa común. Y nada de esquelas, ni de panegíricos, ni de holocaustos... Yo, como dijo el otro día mi sabio compadre Curro Romero: «¿Lo que me gustaría ser ahora? Invisible».
Lo dicho: Ya esta aquí la cuarta ola, hola...
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