Primero fueron los médicos y el personal sanitario, que de la noche a la mañana vieron cómo los aplausos que recibieron durante la pandemia se ... convertían en tortazos a enfermeros y celadores. Una moda que va 'in crescendo' y contra la que de poco sirven las pancartas de protesta a la puerta del hospital, porque los cafres no leen, solo embisten. Ahora les toca el turno a los transportistas. Durante aquella aciaga primavera eran alabados por su coraje para que tiendas y supermercados no quedaran desabastecidos. Hacían largos viajes sin tener un lugar donde descansar, comer, tomarse un café o hacer pipí. La gente se emocionaba con esa gente que cubrían largas distancias noche y día para hacer el milagro de meter el campo en el súper. Pero ahora, en cuanto han comenzado a escasear el pescado fresco, las frutas, las hortalizas y otros artículos por la huelga convocada contra el imparable aumento del gasoil, están siendo estigmatizados por aquellos que aplaudieron su labor. No quieren entender sus razones. Dicen los camioneros que arrancar el motor, con los actuales precios del combustible, les lleva a la ruina porque los precios del trasporte están ajustados al céntimo. Parece que no les falta razón. El gobierno, en vez de intentar un arreglo en este sindiós, les ha colgado el letrero de 'culpables', 'ultraderechistas' y otros epítetos que tanto les gusta a los guarnicioneros de las 'fake news', pero no hay asomo de que los ministros y ministras que deberían lidiar este morlaco estén predispuestos al diálogo. Estos huelguistas son autónomos y solo por el hecho de serlo ya levantan ampollas entre los que ordeñan la vaca del Estado. Ya se sabe, que el autónomo es una de las piezas preferidas por la Montero mayor y los laceros de Hacienda.
Esta inquietante huelga está afectando a toda la ciudadanía que, entontecida y acobardada desde los funestos días del reventón de la covid, no acaba de levantar cabeza. Pero las víctimas más directamente dañadas por este paro son los ganaderos y agricultores, que también en aquellas amargas horas recibieron los parabienes de la sociedad porque nos mantuvieron llena la cesta de la compra. Ahora vemos cómo tienen que verter millones de litros de leche a las alcantarillas y cómo se estropean toneladas de verduras y frutas, que no pueden llegar a los mercados. Las pescaderías también han echado el cierre. Ellos también son autónomos, como los camioneros. Todos se ganan a diario el pan con su esfuerzo y luchando contra las inclemencias del tiempo y contra el desabastecimiento de piensos, harinas y aceites que venían de Ucrania y que no llegan por la puta guerra del genocida Putin. Ante este desbarajuste ¿qué han hecho Sánchez y sus ministras y ministros? Pues aplazar hasta finales de mes el estudio de posibles medidas para paliar el caos porque, como ya han demostrando suficientemente, la tarea de gobernar les viene grande y confían en que el tiempo solucione los problemas. Así pues, el señor presidente ha vuelto a encender los motores del Falcon para darse un garbeo por Croacia, Rumanía y Eslovaquia –tres países que en las decisiones de la UE pintan tan poco o menos que España– en un vano intento de llegar a un acuerdo imposible para bajar el precio de la luz. A la aeronave, por lo visto, le sobraba queroseno y aprovechó para hacer una parada en Roma y saludar a Mario Draghi. Una perfecta tocata y fuga. Ya tiene cuatro fotos más para su álbum. Pero nosotros no podemos mandarle a freír espárragos. En el súper ya no hay.
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