Harold Bloom y el canon de la literatura occidental
Tribuna ·
Es de agradecer el difícil y ambicioso esfuerzo de Bloom por poner un poco de orden en un mundo, el de la cultura y el de la literatura actuales, donde se ha desdibujado la idea de excelenciaFrancisco Javier Gea Izquierdo
Lunes, 28 de octubre 2019, 02:11
Acaba de fallecer a los 89 años de edad el célebre crítico norteamericano Harold Bloom, en New Haven (Connecticut), y con él seguramente se va ... una manera de entender la literatura. Bloom escribió muchos libros, traducidos a numerosos idiomas, abordó múltiples temas, como el de «la ansiedad de la influencia» o «la escuela del resentimiento», y dio clases en la Universidad de Yale durante más de sesenta años, hasta la semana antes de su fallecimiento. A partir de 1994, se hizo internacionalmente conocido, fuera de los círculos especializados, gracias a la publicación de su libro 'El canon Occidental', en el que se atreve a proponer una lista ordenada de los escritores más importantes de la cultura occidental y va explicando el porqué de su elección: para él, los tres grandes rasgos que distinguen una obra maestra son la agudeza intelectual, la capacidad verbal y la fuerza imaginativa.
El primer gran autor del canon es Dante, que para Bloom es el poeta de los poetas. Le sigue cronológicamente William Shakespeare, el poeta de la gente, que para él es la figura central de la literatura occidental, y a ambos les acompaña Miguel de Cervantes. De Shakespeare y Cervantes señala, entre otras virtudes, el hecho de que es imposible ir por delante de ellos porque en todo momento se hallan por delante de uno. A decir verdad, en obras posteriores, Bloom ha observado que Cervantes es el único capaz de rivalizar con Shakespeare por la suprema gloria estética. De Cervantes aprecia la fuerza de la relación entre don Quijote y Sancho y cómo el propio desarrollo de la historia va haciendo que crezca su amistad, y considera que Shakespeare nos enseña a hablar con nosotros mismos, pero que Cervantes nos enseña a hablar con los demás. Por otra parte, al crítico de Yale le fascinaba la grandeza de ánimo con la que Cervantes afrontó las vicisitudes de su dura y ajetreada existencia, máxime cuando, al compararlo con Shakespeare, resulta que de la vida y de la forma de ser de este no se sabe casi nada.
Junto a estos autores eximios, a los que pocos criticarían, Bloom sitúa otras figuras como Chaucer, que considera que solo cede en grandeza a Shakespeare en lengua inglesa, Michel de Montaigne y Molière (Francia), John Milton y Charles Dickens (Inglaterra), Goethe (Alemania) o Lev Tolstoi (Rusia), y así hasta veintiséis. Por último, completa la obra con cuatro apéndices en los que menciona varios cientos de autores importantes de todos los tiempos.
Sin desmerecer su importancia, al canon de Bloom se le pueden hacer, y se le han hecho, numerosas objeciones. Vamos a mencionar las cuatro que nos parecen más relevantes, con independencia de las cuestiones de detalle, como si tal o cual autor debe estar o no en dicha lista. La primera es que el canon occidental comienza en Homero y no en Dante. La cuna de la civilización occidental es la antigua Grecia y su gran maestro era sin lugar a dudas Homero, y puestos a hablar de posiciones relevantes nos atreveríamos a equiparar a Homero con Shakespeare y Cervantes, como mínimo. La segunda es que resulta arbitrario que el canon conste de veintiséis autores, aunque es posible que en esto estuviera de acuerdo Bloom, en vez de por ejemplo veinticinco o veintisiete: cualquier número es aquí arbitrario. La tercera es que resulta que nada menos que la mitad de los autores del canon escriben en inglés, mira por dónde, y el resto lo hacen en algo más de media docena de ricas lenguas (ruso, alemán, francés, italiano, español, etc.). La cuarta, en fin, es que el canon asume la idea de que se puede ordenar la literatura en una especie de ranking, como los corredores que llegan a la meta en una carrera. Antes al contrario, la literatura es como un vasto paisaje de trescientos sesenta grados en el que se pueden divisar cimas más altas que otras, qué duda cabe, pero en donde no es posible trazar una línea recta que ordene todo ese horizonte. Como decía hacia el final de sus 'Otras inquisiciones' el autor argentino Jorge Luis Borges, que por cierto aparece en la lista de Bloom, clásico no es el libro que necesariamente posea tales o cuales méritos, sino aquel al que las generaciones de lectores se acercan, por diversas razones, con previo fervor y una misteriosa lealtad.
Acabo estas líneas, que han resultado ser más críticas de lo que imaginaba al rememorar la obra de Harold Bloom, con una última observación. A pesar de lo dicho, es de agradecer el difícil y ambicioso esfuerzo de Bloom, quien seguramente es lo más parecido al doctor Samuel Johnson que ha dado el siglo XX, por poner un poco de orden en un mundo, el de la cultura y el de la literatura actuales, donde se ha desdibujado la idea de excelencia y que ha caído, por una parte, en manos de grandes grupos empresariales que entienden más de cuentas de resultados que de letras y en el que, por otra parte, los mayores 'recomendadores' de libros son motores de búsqueda implementados con programas de inteligencia artificial que pertenecen a grandes multinacionales.
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