El fallecimiento del teólogo suizo Hans Küng, ha suscitado distintas valoraciones sobre su aportación eclesiológica. Se da la paradoja de que este sacerdote católico sostiene ... planteamientos protestantes. Su pensamiento no presenta novedad: hace cinco siglos lo inició su compatriota Martín Lutero con la reforma protestante. La diferencia radica en que el fraile agustino fue excomulgado, mientras que al sacerdote helvético no le han suspendido de su ministerio. Sus escritos están en sintonía con el actual cisma del sínodo alemán, en donde pretenden cohonestar posturas contrarias a la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio eclesiástico. Este profesor cuestionaba la infalibilidad del Papa, la divinidad de Jesucristo, el celibato de los sacerdotes, la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, la indisolubilidad del matrimonio, el orden sacerdotal, el sacramento de la Eucaristía; incluso había anunciado su propia eutanasia ante la enfermedad de Parkinson que padecía. Pese al desvarío doctrinal, la Santa Sede en 1979 sólo le retiró la autorización para enseñar teología católica. El Vaticano hizo gala de su proverbial paciencia hasta que reconociera y se retractara de sus errores. Esta actitud tolerante con el mal ejemplo de este heresiarca, no ha sido entendida por algunos católicos que se han escandalizado. En este sentido, no deja de causar perplejidad la equidistante comprensión de algún columnista, que, pese a tildarle de heterodoxo, le ensalzan: «no cabe duda de su compromiso con la fe cristiana»; o la de un teólogo oficialista, en una Tercera de ABC: «sus libros podrán seguir ayudándonos a vivir mejor nuestra fe de cristianos». Este buenismo contradictorio puede facilitarnos las claves por las que atraviesa determinados sectores eclesiales, que, siguiendo a Zygmunt Bauman, no permanecen ajenos a la modernidad líquida y relativista.
La mayor aportación de este contumaz teólogo consiste en que su obra ha servido para denunciar sus desvaríos. Pero su equivocada orientación doctrinal habrá confundido a más de uno, al hocicar en la obstinación de sus falsos postulados católicos. Hans Küng y Joseph Ratzinger mantuvieron una antigua amistad, al conocerse como profesores de teología en la Universidad de Tubinga. Los dos intelectuales han elegido caminos diferentes: uno, el de la fidelidad al Magisterio; el otro, actuando a modo de caballo de Troya. Intervinieron como peritos en el Concilio Vaticano II; se veía al suizo vestir 'jeans' y con un Alfa Romeo, mientras el bávaro circulaba en bicicleta. En 2005 causó expectación el reencuentro en Roma con el entonces papa Benedicto XVI, que discurrió por los cauces de la amabilidad. La Iglesia, como madre misericordiosa, ha sabido transigir con este lucernense seguidor de Sartre y del protestante Karl Barth, hasta recalar en el marxismo cultural. Los grandes exponentes de la teología católica como Congar y De Lubac en Francia, Rahner y Hans Urs von Balthasar en Alemania, dejaron de lado la deriva radical de este teólogo rebelde. Así lo explica en 'La sal de la tierra' el entonces cardenal Ratzinger: «Percibí cómo se iba infiltrando una tendencia nueva que se servía del cristianismo como instrumento al servicio de su ideología»; y en 'Mi vida': «El esquema existencialista de la teología de Bultmann y Heidegger fue sustituido por el marxista de Ernest Bloch».
Las invectivas de Hans Küng contra la esencia del dogma católico eran flagrantes: sostenía una Iglesia carismática en vez de jerárquica; un puro devenir histórico en donde todo puede cambiar dependiendo de las circunstancias. Como la fe y la razón se complementan, con Shakespeare: «No confiéis en quien haya perdido la fe»; sus reflexiones se presentaban ayunas de referencias sobrenaturales. Pascal señalaba «Dos excesos: excluir la razón y no admitir más que la razón». Medio en broma se dice que todo español lleva consigo un seleccionador nacional, un presidente del Gobierno y un teólogo que pontifica ex cátedra sobre lo divino y lo humano. Nadie está exento de 'küngnizarse' cuando no se estudia el Catecismo de la Iglesia Católica (1992), para conocer las verdades de fe; o cuando impera la ignorancia para meditar los Evangelios y los documentos del papa. Este contumaz teólogo —para 'El País' el más importante de la Iglesia romana contemporánea— sirve como ejemplo de lo que no se debe hacer; también para escarmentar en cabeza ajena y no perder la fe (ni la razón). En expresión de Agustín de Hipona: 'Credo ut intelligam, intelligo ut credam'.
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