Guapos por obligación
El pensamiento del culto a lo perfecto está instalado en cada ámbito de nuestra sociedad
rafael ruiz pleguezuelos
Granada
Miércoles, 22 de julio 2020, 23:52
Hay mañanas en las que la vida parece dictarte la siguiente columna de periódico. Así me ocurrió ayer, cuando recibía dos piezas de información que ... en mi mente comenzaron a hilvanar este texto. La primera, al leer en algún rincón de la jungla de internet que la razón fundamental de que los estudiantes no abrieran la cámara en las sesiones de escuela a distancia durante el confinamiento (un hecho que dejaba a los profesores con la agridulce sensación de explicar a la pared, sin tener ni idea de si había alguien al otro lado) no era el tan cacareado derecho a defender la imagen propia ni su difusión, sino un intento de evitar que los compañeros de clase después criticaran en redes o grupos de WhatsApp la disposición de su cuarto, los muebles, las cortinas, su ropa, su peinado, todo. La segunda de las noticias que encendía la luz de mi escritura era un artículo de la CNN en el que se afirmaba que el 26,6 % de los internautas editaba las fotos antes de subirlas a redes sociales para parecer perfectos. Lo más triste de todo era que el artículo establecía una conexión directa entre los desórdenes alimenticios y la importancia concedida a la imagen en las redes sociales.
No intento hacer una broma cuando afirmo que en el siglo XXI tenemos que empezar a defender el derecho a ser feo, a que algo sea feo, a que nuestro cuarto no sea de revista y nuestras cortinas parezcan de abuela. No podemos vivir construyendo escenarios para nuestros selfies, ni ser esclavos a perpetuidad de una imagen que debemos defender cada día como si nuestros nombres y apellidos fueran una poderosa marca comercial que tenemos que propagar. No debemos pretender un mundo dividido en Kens y Barbies, en sonrisas perfectas y abdominales de tableta de chocolate. Hay que gritar al mundo que nuestras imperfecciones son nuestra belleza, porque conforman la verdadera personalidad. Es más importante ser feliz que influencer, y mucho me temo que las redes te dan más consejos para entrar en las telas de araña de los segundos que para caminar hacia lo primero. Esto que les digo, que un adulto puede entender en un par de frases, en la mente de esos adolescentes para los que la pantalla del móvil es ya un apéndice más del cuerpo (cuando no el más importante) es un complejo laberinto de imposible salida. La presión que sufren nuestros jóvenes por aparentar la perfección es insoportable.
Alimentemos el derecho a no ser criticados, y la virtud de no criticar a nadie. Extendamos esa nueva discreción por escuelas y facultades. No critiques al otro. Celébrale. Las redes sociales nos han convertido en un ejército de chismosos que opinan sobre todo y sobre todos. La televisión se ha convertido en un circo de la imagen del otro: por qué viste así, por qué se peina así, por qué habla así. Hubo un tiempo, ya vencido, en el que solamente los famosos sentían la presión de estar guapos siempre y en todo momento. Si en ellos la presión se ha recrudecido paulatinamente hasta llegar a límites indecentes (paparazzis que trepan muros o usan drones, cuando no es un hacker que entra en las fotos de su móvil), la enfermedad se ha desplazado también al ser anónimo, el chico o la chica desconocido que con sus fotos simplemente pretende caer bien a la gente de su entorno y tener más amigos. No es justo para ellos que cada imagen suya pase una especie de gran juicio de esa policía de la imagen de los otros que han (hemos) creado.
El tiempo de confinamiento ha roto para siempre el cristal que separaba la vida real de la reflejada en una pantalla, porque toda nuestra vida social dependía de ella. Ha sido un feo colofón a una carrera ya de por sí desquiciada. Y no me refiero a esa conexión diaria con los amigos, con la familia, que ha sido una preciosa medicina contra la soledad y el dolor colectivo.
Me refiero al postureo pandémico (que ha habido demasiado y sigue habiéndolo, no lo neguemos) de las fotos tormentosamente chic en cada rincón de la casa. La relación fotográfica de la manera en que cada uno vivía el confinamiento. Si uno navegaba por el historial fotográfico de algunos contactos, eran tan parecidos entre ellos que parecían haber salido de una fábrica de falsas vidas de Beverly Hills.
Sirva la tristeza de la pandemia para traer más sensatez y verdadera felicidad (no la del me gusta), y para que aceptemos mejor que nunca la belleza de lo normal, que es siempre irregular. Este pensamiento del culto a lo perfecto está instalado en cada ámbito de nuestra sociedad. Rechazamos una fruta sabrosísima porque tiene marcas en su piel, y compramos otra insípida porque parece perfecta. Sea cual sea su apariencia, nuestros jóvenes son todos, por definición, bellos, porque son humanos preciosos que tienen toda la vida por delante. Y son valiosos porque ser singulares, distintos, originales, únicos, no porque les siente bien un filtro de Instagram.
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