Granada, zona catastrófica
Puerta Real ·
A Pedro Sánchez no se le ve por los bares, que es donde se toma el pulso al paísEsteban de las Heras
Domingo, 29 de noviembre 2020, 01:14
Madrid cada noche está más lejos de Granada. La ciudad se va alejando igual que se aparta de mi casa el bar de enfrente, del ... que solo me separan veinte metros y quinientas horas de persianas cerradas. No hay que calcular en kilómetros el trecho entre las ciudades, las casas o las cosas. Las distancias ya se miden por días o por lunas, como hacían los indios de Caballo Loco o Toro Sentado. Cuando amanezca este último domingo de noviembre, serán ya diecinueve días y veinte noches con el candado echado. Me han dejado sin mi tabernero de cabecera, el que sabe ponerle el punto justo de espuma a la cerveza, y que es también confidente de chismes vecinales y orientador de añadas y de catas. «Dicen que la distancia es el olvido», cantaba aquel bolero, pero no es el caso. Contra mi voluntad me veo obligado a moverme y vivir lejos del tiempo en que el bar era un confesionario. Cada día se hace más dolorosamente presente esa distancia, cada mañana se abre más la llaga de la ausencia y revive la memoria de los buenos días perdidos en que la penúltima copa servía para hilar recuerdos que se iban enganchando entre la noche que reinaba fuera y el mármol de la barra. Ahora que los bares están detrás de los cerrojos y solo podemos dialogar con el espejo al afeitarnos.
Todo vino por el bicho de Wuhan, el puñetero virus que nos ha robado el año. Qué lejos queda el febrero de la tractorada que tiñó Granada de ruido, colores, gasoil y reivindicaciones. Entonces el campo pedía ayuda a la ciudad y un mes después nos dimos cuenta de que era la ciudad la que dependía del campo. Ahora no sabemos muy bien de quién dependemos, porque tras la larga noche del confinamiento y el turbio amanecer de la desescalada, el césar Sánchez proclamó la victoria, traspasó los poderes en materia sanitaria a los jefes de las taifas, prometió el oro y el moro, y se fue a la Residencia Real de La Mareta, en Lanzarote. El oro prometido resultó ser un salario mínimo vital, que está llegando tarde y recortado a quienes lo esperan como agua de mayo; el moro está viniendo más pronto de lo esperado y todo apunta a que este año el belén se va a montar en las Canarias.
Con el traspaso en materia sanitaria se ha conseguido montar también un complicado desbarajuste entre las diecisiete taifas patrias, y dentro de éstas entre las distintas coras, llamadas también provincias, para mantener vivo el eslogan de Fraga: 'Spain is different!'. Es más fácil jugar al Tetris que saberse de memoria los horarios de apertura y cierre de comercios, o el toque de queda en cada una de las provincias. Los de Granada capital, medio presos y sin poder salir de sus menguados límites, sufrimos un agobio existencial morrocotudo. Quizá sea la causa por la que el Ayuntamiento ha pedido al Gobierno que la ciudad sea declarada zona catastrófica. Se entiende el apuro por el que pasa la municipalidad, pero suena a inocentada. Porque cada mañana vemos como el césar se desentiende de sus tareas. Perdida entre la niebla del plasma nos llega su imagen, anunciando el calendario de vacunas para todo el pueblo pero sin el pueblo; segándole a Ayuso la hierba bajo los tacones; o despidiendo a Arrimadas, con un punto de guasa, tras los servicios prestados. Si a Sánchez no se le ve por los bares, que es donde se toma el pulso al país, y si no ha leído a Omar Jayyam, que aconsejaba «¡No hay que vivir lejos del vino tinto!», no puede saber qué es una zona catastrófica.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión