«Se fue a Granada por silencio y tiempo, y Granada le sobredió armonía y eternidad». Estas palabras del poeta Juan Ramón resumen a la ... perfección la estancia de Falla en la universal ciudad de la Alhambra, con su pensamiento en el París de Debussy, quien soñó Granada en su preludio 'La porte du vin' o en la estampa 'La soirée dans Grenade', y ante una 'Vega' transfigurada por el piano de Albéniz. Cuando a comienzos de la segunda década del siglo XX por fin Falla habita el Carmen del Ave María en la Antequeruela, la euforia y la felicidad le harán descubrirse ante el imponente y esplendoroso blanco de Sierra Nevada, comenzará a navegar en el barco austero de su imaginación por el mar verde que contemplaba desde su balcón y a soñar jardines en sus noches de inflamado sosiego, cerca del 'ciprés' americano del demolido convento carmelita por el radicalismo revolucionario de 1850, donde san Juan de la Cruz escribiera 'Cántico espiritual', 'Noche oscura del alma'... Ravel dijo en una entrevista de 1924: «Ustedes tienen a Manuel de Falla, uno de los músicos más grandes del mundo». Pues nuestro compositor vino a Granada a abrir puertas del «Paraíso cerrado para muchos, abierto para pocos» del albaicinero Pedro Soto de Rojas.
Pero muy pronto, en 1932, su árbol de certidumbres se debilitaría; su Granada –su «pequeño París»– sufriría el acoso, igual que el resto de España, de la pesadilla de incendios, desórdenes callejeros, provocaciones…, viéndose fantasma de un mundo muerto, en un siglo transformado en manicomio. La guerra civil colmaría el vaso, sintiéndose traicionado por unos y otros; y tal vez por él mismo. Quizás recordara la siguiente opinión de Debussy: «Un artista es, por definición, alguien acostumbrado a vivir entre sueños y fantasmas».
El cielo de Granada se 'oscureció', y así se advierte en la tristísima fotografía de 28 de septiembre de 1937 en el carmen de la familia Pérez de Roda –junto al que habitaba Falla–, con motivo de la lectura del 'Poema la Bestia y el Ángel', de Pemán, ofreciendo la imagen de la tragedia española, preámbulo de la conflagración mundial. Es la Granada que a su marcha –no exilio– dejó en su corazón la amargura de la derrota, acompañado del pánico a un imprevisto océano, lo que le haría decir a sus más íntimos amigos al despedirse: «¡Hasta el Valle de Josafat!».
Pudo ser sepultado en Granada, sin embargo se impuso el criterio de su amigo Pemán: en la cripta de la Catedral de Cádiz. Y así fue a los dos meses de su muerte en Alta Gracia (Argentina), el 14 de noviembre de 1946.
Granada lo acogió esperanzadora y le enseñó una armonía apartada de «contrapuntos, que se suelen quebrar de sotiles», en palabras de maese Pedro en el Quijote, y que exige, además de talento y esfuerzo, huir de vanidades, fama de feria y mercadotecnia, y aceptar la horaciana 'aurea mediocritas'; es decir: 'in medio est virtus', su sentido primigenio.
Granada sobredá no solo armonía –véase el Festival de estrellas que dieron luz a planetas de la música en aquellos 'Preconciertos' de 'AnteFestival' (parafraseo a Gerardo Diego en su «PreManuel de AnteFalla»)–, sino que proyecta vías de eternidades.
Granada, aunque aplauda, rinda pleitesía y regale entusiasmos a quienes 'están', no suele anticipar posteridades. La caricatura de Bagaría, con Beethoven y Wagner observando desde la columnata de un palacio al maestro Falla –«petit espagnol tout noir»–, es reto y advertencia. La posteridad está en manos del tiempo, que se lleva por delante lo que carece de cimientos y raíces. Justo entonces, Granada, ante la certeza de la desnudez, concede el honor de sus cumbres.
En varias ocasiones he visitado la tumba de Falla para unirme a la porción de tierra que el Ayuntamiento de nuestra ciudad depositó junto al féretro a modo de simbólica ofrenda de perpetuo recuerdo, y para agradecerle el legado de armonías, con normas próximas a aquella que repetía el querido maestro Juan-Alfonso García: «Lo que he recibido gratis he de darlo gratis». Falla no se interpuso, como el arrogante Alejandro Magno (aunque sea fábula) entre el sol y los 'diógenes', pues él también vivía en el 'tonel' de la austeridad y la modestia de un pequeño carmen alquilado, lejos del 'ruido' y del acomplejado teatro de la exhibición. Coherente pese a sus incoherencias, apeló a su ser cristiano. No arrió la bandera de la honestidad y la humildad, manteniéndola izada contra viento y marea, haciendo frente a tempestades, altanerías y envaramientos: «Sólo a Dios la gloria y el honor», reza su lápida, reafirmando el norte de su vida. Por eso hoy, mis recuerdos intensos y la inmensa gratitud a quienes me inculcaron la profunda admiración por Manuel de Falla y a quienes han hecho posible que el 'ciprés' del Festival crezca vigoroso y con él surjan fecundas iniciativas como el cultivo del canto coral, fundamental en una ciudad de altos vuelos musicales.
Nos lo recordó la Federación de Coros de Granada con ocasión del acto celebrado en la Catedral el pasado 12 de junio en la entrega de sus primeras medallas de honor a dos lúcidas personalidades, músicos de generosidad extrema, granadinos de cumbres, aunque no nacidos aquí, y faros para quienes deambulan por calles oscuras. Me refiero a don Valentín Ruiz-Aznar y a don Juan-Alfonso García: Grandes de Granada.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión