Granada en Corpus
Granada sigue siendo 'ciudad mística' y ' patio cerrado para muchos'. No se revela al extranjero, ni al profanador del silencio, ni a los amadores del ruido
Urbano Alonso del Campo
Miércoles, 19 de junio 2019, 22:43
Granada aparece en la primavera del Corpus como una sinfonía de luz y de fe, de rosas creyentes y de júbilo inefable. La ciudad se ... despierta –estaba ya vigilante y desvelada– con fervor reverente y gozo de presencia eucarística. Se viste de gala para honrar el Sacramento y siente la devoción profunda de la cercanía del misterio. La fe se arrodilla ante Cristo presente en la Hostia y se realiza el milagro de la primavera del alma florecida en gracia.
La ciudad deja entrever su vivencia íntima. En ningún otro día del año están tan patentes el ser y la entraña de Granada. Es su fiesta mayor. La primavera, cargada de rosas y llena de luz, se acerca al estío con madurez rendida. La mañana del Corpus está tibia de aire perfumado –siempre las mañanas del Corpus granadino son tibias de amaneceres– y los ojos del espíritu se colman de luz y de misterio. La llegada de la primavera a su plenitud tiene su nombre propio: Rosa. El arribo del alma a su fe creyente lo tiene también: Corpus.
Y Granada, en la mañana del Corpus, es amor, es éxtasis y es canción. Del amor brota el éxtasis; y el éxtasis se convierte en el marco incomparable de su geografía –cielo alto y azul, sol en reverbero de plegaria–, en altar y en ofrenda. Y en este altar el amor se hace, es comunión y vivencia, y la ofrenda se convierte en oración arrodillada y silenciosa. Es el reencuentro de la fe y del amor en el silencio creador de la Palabra, dejándose oír como suave rumor en la intimidad del alma.
Para acercarse al Corpus granadino hace falta ángel, hondura y fe. El contemplador necesita mirada limpia y profunda para penetrar en la esencia de la fiesta mayor de Granada, necesita preparar el alma con el silencio para escuchar la Palabra y el eco rumoroso de lejanías en las proximidades más íntimas del espíritu. Granada no es una ciudad para viajeros bullangueros y turistas de paso; se les escapa el alma de Granada porque Granada es una ciudad reverente, de espacios limitados –excepto para la poesía y la mística–, de ambiciones reflexivas e intimidad insobornable. Para el que no está atento ni sabe escuchar ni mirar, el mensaje del Corpus granadino puede resbalar por la periferia, por la superficie del ambiente fulgurante y ruidoso, sin calar en la entraña que la fiesta revela. Granada sigue siendo «ciudad mística» y «patio cerrado para muchos». No se revela al extranjero ni al profanador del silencio, ni a los amadores del ruido. Hace falta alma para ver con luz las cosas, sin dejarse cegar por el fulgor externo.
Granada, ciudad del Corpus. Ciudad bella por dentro y por fuera. Ciudad de sol y de nieves, de agua, de rosas y almenas. Ciudad del Corpus. Pero el Corpus es amor y misterio. Disciplina, purificación del sentido y del espíritu; y después, canto de labios. Para interpretar con exactitud y trascendencia la realidad del Corpus en Granada no hay otro camino sino el que va de dentro hacia fuera: de la fuente al mar, de la vivencia a la expresión y al canto enamorado. Cualquier otro intento es superficial y estéril, profana la fiesta. Es una hermenéutica miope, sin gracia y sin calor.
La esencia del Corpus granadino se define por dos misterios que la cruzan: uno que atraviesa las calles, que canta en la luz ardiente del mediodía que hace ante él arrodillarse a los pétalos de las rosas, a los claveles, a la juncia, al mastranzo, a los corazones que palpitan a todo pulso adorante; otro, el misterio vivo, reverenciado, amado y adorado por toda la ciudad que abre de par en par las puertas del alma de los granadinos y se vuelve 'loca' de luz, de nieve y de agua. Loca del cielo andando por las callejuelas, entre rejas colmadas de geranios, entre campanas aupadas en las torres que rompen el éxtasis de su silencio en pangelinguas de bronce.
La Eucaristía nos lleva a que seamos pan partido, para el servicio de todos. Nos invita a comprometernos con todos nuestros hermanos para afrontar los desafíos actuales y para hacer de la tierra un lugar en el que se viva como hermanos en Cristo. Es el Día de la Caridad –aunque todos los días deben serlo. Celebrar la Eucaristía y darle culto público es para vivir la fraternidad; y salir de Misa para olvidarla no es cristiano, porque no se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed. De los que sufren el paro real, de los enfermos…; de cualquier hermano que eleva sus manos, llenarlas si están vacías y estrecharlas con amor fraterno.
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