Gramática misionera
No solo tradujeron catecismos, doctrinas cristianas, confesionarios o sermonarios, sino que también emprendieron la ardua tarea de explicar la gramática y compilar el léxico de estas lenguas, tan diferentes a las indoeuropeas y carentes de tradición lingüística
josé maría becerra hiraldo
Sábado, 15 de agosto 2020, 21:42
Tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, los españoles quisieron cumplir un ideal misionero: implantar la fe cristiana en el nuevo continente; pero la situación de ... plurilingüismo con que se encontraron hizo que, en un primer momento, Occidente y la recién descubierta América, fueran incapaces de comprenderse. Las diversas órdenes religiosas primero recurrieron a los gestos o a la ayuda de los intérpretes e, incluso, predicaron a través de catecismos pictográficos; sin embargo, pronto se dieron cuenta de que la mejor manera de transmitir el mensaje evangélico en el Nuevo Orbe era a través del mismo código lingüístico. Admitida la idea de que el aprendizaje de las lenguas indígenas era condición indispensable para la evangelización, los misioneros no solo tradujeron catecismos, doctrinas cristianas, confesionarios o sermonarios, sino que también emprendieron la ardua tarea de explicar la gramática y compilar el léxico de estas lenguas, tan diferentes a las indoeuropeas y carentes de una tradición lingüística previa. Y para ello se sustentaron en el ejemplo de San Pablo, que predicó la Buena Noticia en la lengua de sus oyentes, es decir, el griego. A la impresión de cientos de gramáticas y vocabularios que tratan de codificar el mosaico lingüístico que existía en la América prehispánica, hay que añadir las actividades misioneras en Asia y, algo más tarde, en África. Todas esas obras gramaticales y lexicográficas se agrupan bajo la denominación de 'Lingüística Misionera'.
El franciscano Andrés de Olmos, en la Nueva España, codifica el náhuatl en una gramática (1547) y fray Alonso de Molina con un vocabulario (1555) se convierte en el primer lexicógrafo de América. En el área andina, el dominico Domingo de Santo Tomás se ocupa de la descripción del quechua de Perú como gramática y como vocabulario (ambas de 1560); y el jesuita Ludovico Bertonio se encarga de la enseñanza del aimara con sus obras Arte y gramática y Vocabulario de la lengua aimara (1612). En la zona brasileña, el jesuita José de Anchieta redacta la primera gramática del tupí-guaraní (1595). En Filipinas, el dominico Francisco de San José estudia el idioma tagalo (1610). También en Asia, otro jesuita, el portugués Ioão Rodrigues, compone una gramática japonesa (1604) y, más tarde, el dominico español Diego Collado escribe una gramática sobre la lengua japonesa en latín. La primera gramática china que ha llegado hasta nosotros (1703), se debe al dominico Francisco Varo. En cuanto a las lenguas africanas, el jesuita Pedro Dias prepara la gramática angoleña (1697) y, en la India, Henrique Henriques escribe una gramática de la lengua tamil (1549). Del mismo modo, en el norte del continente americano, fundamentalmente en el noroeste de México, en el Canadá francés y en Nueva Inglaterra, encontramos misioneros interesados por las lenguas autóctonas. Me viene a la memoria el último viaje del papa Francisco I a Japón, de la prima monja que le traducía los discursos, de Francisco Javier consumido en aquellas islas, de los misioneros sudamericanos en el Extremo Oriente. Las misiones bien valen una buena gramática del tagalo.
Esta rápida enumeración de algunos pioneros en el estudio de las lenguas indígenas del Nuevo Mundo da muestra de la envergadura de la producción misionera, que goza de unas amplias coordenadas espaciotemporales y tiene en cuenta una gran diversidad de lenguas. Las gramáticas y los vocabularios de las lenguas no europeas surgen como consecuencia de la necesidad de contar con unos instrumentos que facilitasen el acercamiento de los clérigos a las lenguas de sus catecúmenos. Es decir, en un principio, no les mueve el afán científico, lingüístico, antropológico o social, sino que el objetivo principal de los misioneros es lograr la catequización de los indígenas. Sin embargo, los resultados superan este propósito inicial. La pujanza de la Lingüística Misionera se debe, entre otras razones, a su interdisciplinariedad: como su estudio se puede abordar desde distintas perspectivas, es una parcela de conocimiento que resulta atrayente a lingüistas, historiadores y antropólogos. Estas obras son excelentes fuentes para conocer la etnografía de los pueblos americanos, ya que bajo los vocabularios y las gramáticas se esconden valiosas informaciones sobre la cultura e historia de los pueblos prehispánicos. Por ejemplo, la manera en que los incas hacían los juramentos, de cómo se saludaban o del modo en que ponían los nombres propios a sus descendientes. En segundo lugar, las gramáticas y los vocabularios son de un gran interés para la Lingüística Descriptiva, pues se revelan como valiosos documentos para el estudio tipológico o diacrónico de las lenguas de América, África o Asia. De igual modo, al recopilar el vocabulario de las lenguas amerindias enfrentado con el español, los diccionarios misioneros aportan relevantes datos léxicos sobre el español americano. Finalmente, los vocabularios y las gramáticas que compusieron los clérigos en América son de gran valor para los historiadores de la lingüística. Durante muchos años no se prestó atención a las obras de los misioneros porque se consideró que los vocabularios no aportaban nada nuevo. A día de hoy, este juicio está superado, porque reconocidos investigadores han demostrado que aunque los vocabularios bilingües americanos siguieron el modelo del andaluz de Lebrija, contienen un precioso material léxico cuyo análisis enriquece el estudio de la historia de las palabras españolas en tierras americanas y contribuye al mejor conocimiento de la lexicografía bilingüe del español con las lenguas amerindias. Todo este estudio se lo debemos al mexicano Lope Blanch, al alicantino Miguel Ángel Esparza y al soriano Emilio Ridruejo.
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