Un Goya para Pepa Flores
Para las niñas de los años sesenta, Marisol era un mito: la más guapa, la más rubia, la mejor amiga, la más buena, la que cantaba las canciones que se convirtieron en la banda sonora de nuestra vida
Ana Moreno Soriano
Sábado, 2 de noviembre 2019, 23:31
Desde que los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia, se han sucedido las reacciones aplaudiendo la decisión de la Academia del Cine ... por premiar la trayectoria de una gran actriz que, después de más de treinta años fuera de los focos mediáticos, sigue siempre querida y recordada como pocas, admirada por su coherencia y respetada por defender sus ideas y su forma de ser en todos los aspectos de su vida.
Llegó a nuestra infancia como un rayo de luz en alguna de las sesiones del cine matiné que esperábamos con ilusión durante toda la semana y no solo nos hizo felices la tarde del domingo, sino que días sucesivos, en la escuela, seguíamos comentando cada detalle de la película y cantando 'Corre, corre, caballito', porque sabíamos que nunca tendríamos un caballo, ni un jardín, ni una casa como la de la película, pero sí podíamos aprender todas las canciones de Marisol. Después se convirtió en un ángel, nos contó que la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola y se fue rumbo a Río (de Janeiro) convertida ya en una muchachita… Para las niñas de los años sesenta, Marisol era un mito: la más guapa, la más rubia, la mejor amiga, la más buena, la que cantaba las canciones que se convirtieron en la banda sonora de nuestra vida –'Ola, ola, ola', 'Estando contigo'-, la que bailaba y movía con más gracia los volantes de su vestido de lunares… No sabíamos entonces que algunas de sus lágrimas de ficción, que tanto nos hicieron llorar en el cine, eran nada comparadas con el llanto real de una niña separada de su familia y del mar de los primeros años de su infancia, porque, para nosotras, Marisol vivía en las películas, donde todos los problemas se resolvían antes de que en la pantalla apareciera la palabra Fin.
En los últimos años sesenta y en la década de los setenta del siglo pasado, nos ofreció canciones que no dejaban de sonar en la radio y en los programas de la televisión en blanco y negro: 'Corazón contento', 'Tu nombre me sabe a yerba', 'Mami Panchita' y 'Háblame del mar, marinero', entre muchas otras. Seguía siendo una artista indiscutible como cantante y como actriz, pero se fue alejando del mito de Marisol para ser una mujer de carne y hueso y tomar las riendas de su vida: rodó películas con Juan Antonio Bardem y Mario Camus, grabó su disco 'Galería de Perpetuas', formó una familia con Antonio Gades y expresó su compromiso social y político en la huelga de actores de mil novecientos setenta y cinco; fue una activa militante comunista durante años y amiga de la Revolución Cubana y, por voluntad propia, regresó al mar de su infancia para ser una mujer del pueblo, una vecina más, una madre y, a partir de un momento, la conocimos como Pepa Flores, su verdadero nombre que recuperó para los demás porque ella nunca lo había dejado; lo que había ocurrido, simplemente, es que, a lo largo de su vida, el personaje había suplantado muchas veces a la persona.
Como ya he dicho, hay muchos momentos en la vida de las niñas de mi generación en los que están presentes sus imágenes y sus canciones, pero lo mejor de todo es que no se quedó en un recuerdo amable de la infancia, sino que ha seguido y sigue siendo una referencia indiscutible. A medida que crecíamos, ella estaba allí: en las manifestaciones contra la entrada de España en la OTAN y haciendo visibles en sus canciones a las mujeres presas, a las mujeres maltratadas y sometidas, a las mujeres que reivindicaban su derecho a amar y a ser libres; la vimos en 'Los días del pasado' dando vida a una maestra que se va a una escuela lejos de su tierra con la esperanza de encontrar a su novio, un guerrillero que resiste y sigue luchando en las montañas después de la Guerra Civil; su voz, la expresión de sus ojos y sus manos nos emocionaron cantando una nana en la película de Carlos Saura 'Bodas de sangre 'y para mí es, sin duda, la mejor Mariana Pineda que podía imaginarme y que vi en la serie emitida por TVE española en mil novecientos ochenta y cuatro. El Goya de Honor de este año es un premio justo y merecido a Pepa Flores y todas las personas que la queremos y admiramos reconocemos en ella a una gran artista, a una gran mujer.
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