Sin gobierno, sin estado y sin razón
MARCIAL VÁZQUEZ
Jueves, 27 de agosto 2020
Cada vez que aparece el cartel de propaganda desvergonzada del gobierno con el «salimos más fuertes» me pregunto hasta dónde puede llegar la burla a ... la inteligencia y la dignidad de los españoles; la respuesta, sin embargo, parece inevitable: hasta el infinito y más allá. En cualquier país normal, con una democracia medio sana, una gestión tan desastrosa que arrojase el balance de 50 mil muertos y las peores consecuencias económicas de toda Europa, habría provocado la caída inmediata del gobierno negligente responsable.
Aquí, sin embargo, hemos convertido al doctor Bacterio en una especie de icono pop de la izquierda niñata, con algunas pinceladas del ecologismo desequilibrado que asegura que podemos aprender mucho del coronavirus, además de ser un castigo merecido por lo mal que nos portamos con el planeta. Con este panorama es evidente que el gobierno no va a caer, sino que incluso sube en las encuestas, tan seguro de sí mismo que está dispuesto a repetir la negligente y nefasta gestión de la primera ola del virus en esta ya más que acreditada segunda embestida.
No hace muchos años, incluso pocos meses atrás, soportábamos debates soporíferos y falseados sobre el modo de organización territorial que debía adoptar nuestro país. Para la izquierda mamporrera de Podemos una especie de estado plurinacional que ni sería estado ni sería España; y luego el sanchismo, que se balanceaba entre la fiebre plurinacional del Pedro candidato y la reforma federal del Pedro presidente, ambas fórmulas demagogas y ambas liquidadoras letales aunque de apariencia suave del régimen constitucional del 78. Ante esto, en la derecha solamente se encontraba una apuesta más o menos formal del estado de las autonomías que según Ana Pastor era «lo mejor que nos había pasado a los españoles».
La frase en sí ya era algo propio del marianismo más inane, pero después de la pandemia que nos ha arrasado se demuestra escandalosamente falsa. Porque el coronavirus ha señalado a España como la democracia occidental con los peores líderes políticos imaginables, pero también como el país más disfuncional e inoperante dentro del marco competencial del Estado.
Dentro de la descentralización política, administrativa o como se le quiera llamar a un estado federal o autonómico, existen cuatro pilares que un país que aspire a ser sólido y competente no puede trocear o fragmentar: la sanidad, la educación, el orden público y la política exterior. Ningún partido de los actuales piensa plantear una reforma constitucional que devuelva estas competencias de manera real y única al Gobierno central. Pero la realidad es que el modelo actual se ha pervertido políticamente hasta tal punto que nos encontramos en un caos absoluto que solo agrava cada semana que pasa los desafíos económicos, sociales, educativos y sanitarios que nos amenazan como problemas críticos que afectarán a la vida de casi todos nosotros, excepto de los miembros del Gobierno, plácidamente ociosos y despreocupados con la única misión de encontrar la manera de meter en la cárcel a Ayuso y al rey Emérito.
Tenemos un ministro de universidades que ni se molesta en disimular que no sirve para nada; una ministra de educación sin plan alguno para la vuelta a las aulas; un ministro de sanidad que ha demostrado de manera más que acreditada su incompetencia para la gestión; y un presidente del Gobierno que solo quiere el poder para abusar de él, entregando ahora a las autonomías toda responsabilidad en esta segunda ola del virus desatada y descontrolada sin parangón alguno en Europa. Con este panorama, hay quien se agarra al clavo ardiendo de Europa para creer que podremos evitar el naufragio, pero ahora mismo somos un país sin gobierno, sin Estado y sin nación con más de medio cuerpo asomado al precipicio.
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