Gloria y ofrenda del señor Juan de Loxa
De Buenas Letras ·
Carmen Ocaña, hada poética del Realejo, nos convocó en la Galería del Convento de Santa María del Arrabal, para presentar un bellísimo Cuadernillo de poemas de Juan de Loxaantonio sánchez trigueros
Jueves, 28 de marzo 2019, 00:02
Hace unos días, Carmen Ocaña, hada poética del Realejo, nos convocó en la Galería del Convento de Santa María del Arrabal, para presentar un bellísimo ... Cuadernillo de poemas de Juan de Loxa. Se esperaba la inminente llegada del poeta, pero, como se retrasaba su aparición, la anfitriona me pidió discretamente que entretuviera al numeroso público que había acudido al acto. Y estas fueron mis «improvisadas» palabras:
Queridos amigos, no estéis inquietos, tranquilidad, no desesperéis, que Juan de Loxa está a punto de llegar; será cuestión de minutos, seguro que ya está muy cerca, pero es que la gente no lo está dejando avanzar con facilidad en su itinerario hasta aquí. La verdad es que ha sido un día muy complicado, lleno de alegrías y grandezas para quien escribió que «aquellos mensajeros que traían / noticias de mi muerte / galopan con sus motos / y pasan de largo / bajo mis balcones». Y es que el poeta ha sido el centro de una gran «Apoteosis del Flamenco y la Copla» organizada en su honor. Primero, por la mañana la cabalgata urbana ha llevado en volandas a Juan por las calles de Granada en un recorrido laberíntico y caótico que se movió por los lugares de culto, desde Radio Popular al Sacromonte, pasando por mil rincones de la ciudad. La gente lo rodeaba, lo apretujaba, lo besaba, lo abrazaba, lo piropeaba, le demostraba su grande y verdadero amor. Y Juan, amplia frente, pelo blanquísimo, ojos de asombro, sonrisa abierta y chaqué con una flor encendida en la solapa, ha ido conducido, empujado por las calles de Granada hasta llegar a la plaza de Bib-Rambla. Allí lo esperaba un gran Carro del Corpus, escenario barroco, formas retorcidas ascendiendo hacia el azul y volutas de oro propias de los tiempos de Calderón; desde ahí, desde esa divina altura Juan, adecuadamente acomodado, ha ejercido de dios Apolo en su firmamento infinito, adorado por una multitud enfervorecida que iluminaba con ojos puros y miradas ardientes el estrado desde el que reinaba el príncipe de Loja con un niño Jesús en sus brazos y al amparo de una doliente Dolorosa. Y hasta allí han acudido para rendirle tributo genios de la poesía, ángeles de la danza, arcángeles del cante y diosas de la copla a los que Juan solícito atendía.
Aparece Federico que promete esperarlo para pasear por las orillas de los ríos celestiales y Juan le contesta que «urgente es preguntar por los ausentes». Mario Maya, ay, con cuatro movimientos sutiles del cuerpo consigue «poner los dedos en la llaga» y Juan le dice: «Es urgente pedir por esa boca». Juana Reina le ofrece una rosa y un capote bordado de sueños y Juan le recuerda «quitarse las mordazas de la boca». Alberti le trae un cuadro en el que los dos se abrazan en la esquinita del Zacatín, y Juan lo anima a «gritar para exigir la libertad que aspiro». Tres Morentes y el Piki, ay, se desgarran la garganta con desesperación en un cante: «Que nadie me humilla, / moriré de pie / que no de rodillas» y Juan añade: «Voces que arrojan lava, crestas de gallo, / tempestades… y qué espolón feroz al fondo de los ojos». Elena Martín Vivaldi despliega un torrente de flores amarillas que a un golpe de viento inundan la plaza con su vuelo y Juan le afirma una vez más que se siente elenamente feliz con su presencia-ausencia. Imperio Argentina le canta toda sentimiento «con un clavel grana sangrando en la boca» y Juan bebe de esa sangre y le dedica aquello de «aprendió a no mentir su lengua sin pecado». Y Concha Piquer, poderío y paso firme, despeja las dudas y le asegura que sí, que sí, que la Parrala tiene un amante, y Juan contesta a la Señora: «Ruiseñora de espadas / la copla oyó la muerte y la retuvo». Y han seguido llegando personajes, de Hollywood, de Buenos Aires, de México… Pero, queridos amigos, ya está ahí el poeta, ya se le oye. Por fin, querido Juan, bienvenido. Carmen, ya podemos empezar el acto.
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