Frrancisco Carrión llegó a El Cairo en 2010 como becario de la Agencia Efe, sin sospechar aún que la capital de Egipto terminaría convirtiéndose en ... la urbe donde más tiempo ha vivido en sus 36 años de edad. Porque, tras superar su etapa de prácticas, Carrión permanecería allí durante la siguiente década ejerciendo lo que en periodismo conocemos como 'freelance'. A partir de 2011 estuvo informando en las páginas del diario El Mundo desde una docena de países de Oriente Próximo, entre ellos Irak, Siria, Arabia Saudí o Turquía, aunque su atención primordial estuvo siempre dedicada a su lugar de residencia, relatando los años más convulsos del país de los faraones. Un país cuya riqueza cultural iluminó durante milenios al resto del mundo, cuyos tesoros arqueológicos fueron esquilmados durante siglos para alimentar museos europeos y norteamericanos, y cuyas libertades individuales han sido usurpadas durante décadas por militares corruptos, pero muchos de cuyos habitantes abrieron sus casas y sus corazones para compartir sus vivencias, sus angustias, sus temores y sus anhelos con el joven periodista granadino que acababa de instalarse en la capital cairota y que sería vecino suyo durante los diez siguientes años. Y fruto de aquella experiencia es 'El Cairo, vidas en el abismo', un extraordinario libro publicado ahora en Barcelona por Ediciones Península.
Según Carrión, El Cairo es «una megalópolis de veinte millones de almas con tendencia al insomnio y el caos, un enjambre humano lleno de historias». Es decir, una fuente inagotable de inspiración periodística para aquel inquieto y buen profesional en el tiempo más vertiginoso del actual Egipto, donde «todo camino puede ser desandado para convertir el paraíso en un infierno».
Francisco Carrión, que cuenta ya con una veintena de premios, algunos tan importantes como el Colombine de Almería o el Manuel Alcántara de Málaga, trabaja en la actualidad para El Independiente, a cuya redacción en Madrid se incorporó hace un año. Considerado todo un experto en buscar y encontrar buenas historias, y un auténtico maestro, a pesar de su juventud, a la hora de contarlas, quienes lo lean pueden comprobar a través de sus 'vidas en el abismo' lo acertado de estos calificativos. En El Cairo aprendió a guardarse las espaldas, como él mismo dice. Allí conoció las historias más excelsas y las vejaciones más horrendas, allí le sucedieron los encuentros más disparatados, y allí amó, como nunca antes, su profesión. Una profesión que si algo le ha enseñado es que «no hay mayor fortuna sobre la tierra que ser libre».
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