Los fallos de ayer
Fran Reyes
Lunes, 24 de febrero 2025, 23:58
¿Nos hemos fijado en que nos ponen la etiqueta de malas personas en el momento en que nos atrevemos a poner límites? Un día ... empiezas a priorizarte, a no dejar que otros saquen partido y cuidar su salud mental y es cuando empiezan a salir los detractores. A nadie le gusta que le quiten privilegios y menos cuando podían aprovecharse de nosotros con tanta garantía de abuso: Actitudes paternalistas, excesos, extralimitaciones de todo tipo, beneficios unilaterales, luz de gas, etc. Un día decides que eso se acabó y pasas a formar parte de una lista negra.
Con lo que cuesta tomar conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor y elegir las herramientas adecuadas para saber parar a tiempo antes de que sea tarde. Pero, ¿estamos preparados para salir al mundo y parar los pies a todo aquel que atente a nuestra salud mental? No es tan sencillo. Muchos expertos en psicología apuntan a dos vertientes diferenciadas: las personas que están aprendiendo a poner límites y los que tienden a rechazarlos.
Si bien es cierto que aquel que está aprendiendo quizá no parta con las herramientas adecuadas y pare los pies de forma inadecuada, autorregulandose en el proceso, existe una corriente de mentes cerradas a la resolución de conflictos que difícilmente se atreve a escuchar, entender y empatizar.
Es algo así como: «Tu no tienes que decirme qué hacer». ¿Por qué ocurre esto? Entiendo que todo parte de casa, de las raíces, de la historia del ayer. Venimos de crianzas con padres y abuelos venidos de la posguerra, es decir, una época de pobreza de todo tipo, abuso, confusión ideológica-social y desigualdad. Los maestros pegaban con regla, los padres reprimían con brusquedad. La empatía y el trato era tosco y los conflictos familiares se trataban a golpe en la mesa con cero asertividad.
Pensémoslo un momento. Incluso las instituciones educaban diferente. El servicio militar también conocido como milli, sólo sirvió para enaltecer la figura del hombre como consecuencia del mal empoderamiento del patriarcado entre otros daños colaterales bélicos. ¿Cuántas historias de abuelas no empiezan con un «esperé a que él llegara de la mili»? Sabemos perfectamente lo que vino después. La mujer, por ejemplo, era un objeto, una sirvienta, una segunda madre que ejercía el rol de cuidadora de toda la casa, del marido y sus hijos.
Precisamente por la pésima construcción de herramientas con las que se parte de casa, tenemos hoy en día a personas que no se sientan a hablar y dialogar las cosas. Que no escuchan las necesidades del otro o que no expresan sin reprochar o herir a la otra parte. Si a eso le sumas la vorágine del individualismo capitalista, mal asunto.
La generación de la posguerra fue criada en un frío y desolador patriarcado. Sus hijos mamaron irremediablemente de aquella torpe ubre y sus nietos, se preguntan ahora porque no son escuchados o por qué discuten con odio sobre cualquier cosa.
Está claro que ya no podemos cambiar la historia, tampoco enseñar al perro viejo trucos nuevos, pero si perdemos salvar a las futuras generaciones.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión