Corte político y corte ideológico
Fran Reyes
Jueves, 11 de septiembre 2025, 22:47
Organizar a los seres humanos siempre ha sido una tarea compleja. Cada intento de hablar de política —en su sentido más práctico, como forma de ... organizar la vida común— suele chocar con un malentendido recurrente: se interpreta en clave ideológica. Así, lo que debería ser una conversación sobre horarios, recursos o estructuras se transforma en una disputa sobre siglas, valores, creencias y visiones del mundo. La confusión entre corte político e ideológico no solo enreda los debates, sino que impide construir acuerdos básicos para avanzar como sociedad.
Esta confusión no solo se da en debates oficiales, también ocurre en ámbitos sociales y laborales. Cuando un grupo de trabajadores intenta hablar de cuestiones prácticas —cuadrantes, convenios, mejoras salariales— se confunde el plano político con el ideológico. Entonces, lo que debería ser una conversación técnica para mejorar condiciones se convierte en un debate sobre visiones del mundo, identidades o creencias. Nace la confrontación. Y así, la organización se estanca y los problemas reales siguen sin resolverse.
Cuando hablamos de política solemos pensar en partidos, burocracia, elecciones o decisiones de gobierno. Sin embargo, la política no es solo eso: es el modo en que organizamos la vida en común. Todo lo que tiene que ver con normas, instituciones y distribución de recursos es político. Pero hay una capa más compleja, más profunda, que solemos evitar, sobre todo para ahorrar discusiones: el corte ideológico. Pone en juego nuestros valores, nuestras creencias y nuestra manera de entender la justicia, la riqueza o la vida misma. Para entender la diferencia, pensemos en un ejemplo concreto: la asignatura de religión en los institutos. Si analizamos el tema desde el corte político, nos preguntamos cosas prácticas: ¿Qué asignaturas podrían sustituir a la religión si se elimina?, ¿cómo se reorganizará el horario escolar?, ¿qué impacto tendrá en la plantilla de profesores?, ¿sería una oportunidad para explorar nuevas vías de la educación obligatoria?, ¿existe una asignatura que pueda reemplazarla, y si es así, cuál?
En cambio, si lo analizamos desde el corte ideológico, la discusión va a otro lugar: ¿Por qué un credo religioso tiene espacio dentro de la escuela pública?, ¿qué significa que la religión católica haya tenido históricamente ese privilegio?, ¿se estaría respetando el derecho de las personas cristianas o, por el contrario, perpetuando una desigualdad con quienes profesan otra fe? ¿influye su papel social, cultural e histórico? Ambos cortes son legítimos, pero no son lo mismo. El primero mira la mecánica del sistema y permite el debate grupal; el segundo, la profundidad individual.
El problema es que confunde hablar de política con hablar de ideología. Cuando alguien plantea un debate ideológico, se lo acusa de estar «politizando» un tema, como si lo político sólo fuera propaganda partidista. Sin embargo, todo en la sociedad es político, porque todo implica organización colectiva, reparto de recursos y toma de decisiones. El hecho de que unos tengan más privilegios que otros, o de que ciertos discursos dominen sobre otros, no es neutral. La diferencia está en que hablar desde el corte político no incomoda o no debería incomodar tanto ya que permite discutir sobre estructuras sin entrar en creencias íntimas, en cambio, hablar desde el corte ideológico nos lleva a cuestiones más personales: cómo uno ve el mundo, sus aspiraciones, su idea de justicia, su concepción de la riqueza o del progreso. Y eso toca fibras sensibles.
Lo fundamental es entender que una cosa no excluye a la otra. Podemos y debemos abordar los debates desde ambas perspectivas: con soluciones prácticas (corte político) y con preguntas de fondo (corte ideológico). Solo así podremos construir una sociedad consciente, que no se limite a gestionar lo que hay, sino que también se atreva a imaginar lo que podría ser, lo que es necesario y aún no existe.
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