Fotografías
Creo en el poder de la imagen y, desde luego, sigo creyendo en el poder de la palabra, cuando sé que las palabras construyen el mundo, revelan o enmascaran la realidad
Ana Moreno Soriano
Jaén
Domingo, 26 de mayo 2024, 00:19
Parece que la expresión 'Una imagen vale más que mil palabras' tiene su origen en un proverbio chino, pero, sea como sea, casi todas las ... personas la utilizamos alguna vez, pues está claro que las imágenes marcan nuestra cotidianidad: penetran en el salón de casa desde el televisor, en el ordenador cuando estamos trabajando, en los anuncios publicitarios cuando vamos por la calle y, en los últimos años, a través de las redes sociales, hasta el punto de que se hacen experimentos – o lo que sea – para comprobar quién es capaz de leer un texto de quince líneas cuando no hay una foto que lo ilustre.
En la actualidad, las fotos nos acompañan en muchísimos momentos de nuestra vida: cuando contemplamos un paisaje hermoso o visitamos un lugar nuevo; cuando participamos en un acto social, político, cultural o cuando nos juntamos o reencontramos con personas a las que queremos; en todos esos casos, basta con sacar el teléfono móvil y la pantalla se ilumina con colores, sonrisas, banderas, abrazos…, y se convierte en imágenes que compartimos, enviamos y reenviamos para que queden como testimonio gráfico.
La fotografía es un arte y de la cámara y el talento de diferentes artistas salen fotos magníficas que nos conmueven y golpean, que contemplamos con placer, sorpresa o admiración. Pero hace tiempo, para las personas que, como yo, no sabemos nada de fotografía y tratábamos de imprimir un momento en papel fotográfico, también tenía bastante de rito: tener una cámara, comprar un carrete, buscar el lugar y enmarcar bien el objeto, llevarlo a un estudio fotográfico para el revelado y esperar para recoger las fotos; por último, las pasábamos en casa de mano en mano, antes de meterlas en el correspondiente álbum. Ahora es todo distinto: las hacemos y las vemos al momento y, si alguna no sale a nuestro gusto, podemos eliminarla fácilmente y repetirla cuantas veces queramos.
A mí me gustaba hacer fotos entonces y sigo haciendo fotos ahora; creo en el poder de la imagen y, desde luego, sigo creyendo en el poder de la palabra; lo creo ahora, cuando sé que las palabras construyen el mundo, revelan o enmascaran la realidad, y lo creía cuando era pequeña y conocía, a través de los cuentos, paisajes maravillosos y personajes fascinantes; cuando no había televisión y contábamos historias alrededor de la mesa camilla; cuando alguien conocido volvía de un viaje y nos describía otros paisajes con todo lujo de detalles, conscientes de que nuestra imaginación hacía el resto, como los chicos y las chicas de la escuela de Antoni Benaiges: él no pudo cumplir su promesa de llevarlos al mar, pero sí consiguió que lo amaran y que plasmaran en su cuaderno cómo creían que podía ser. Quizás ahora vivimos con demasiada prisa para echar a volar la imaginación y acudimos al proverbio chino, porque es más fácil que una imagen entre por los ojos que tejer un discurso en el que las palabras digan lo que queremos decir.
Pensaba en todo esto a propósito de la reseña de un libro que encontré hace poco en Mundo Obrero: el libro es 'Los Portugueses', de Olivier Afonso, con ilustraciones de Aurélien Ottenwaelter, y habla de la emigración a Francia de miles de personas que huían de la dictadura de Salazar en Portugal; después de la Revolución de los Claveles, muchos volvieron a su tierra y otros decidieron quedarse en el país donde habían emprendido una nueva vida; es el caso de los protagonistas del libro que, en la última página, se preguntan qué le quedará de Portugal a su hijo que acaba de nacer, si ni siquiera tienen fotos de aquel tiempo y la respuesta de la madre es emotiva y certera: «Yo tampoco tengo fotos… Pero historias…, muchas. Espero que le gusten las historias…».
Yo estoy segura de que, escuchando las historias, el niño conocería su tierra: ése es el poder de la palabra.
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