¿Es usted feliz?
Opinión | El semanero ·
Tristemente, existe medio mundo condenado, irremediablemente, a la infelicidad por diversas causas: la pobreza, la hambruna, las enfermedades, las guerras... ¿Cómo se puede 'conmemorar', con todo ello, un estado de ánimo de manera global?El pasado miércoles se celebró el Día Internacional de la Felicidad. Habría que preguntar en qué consiste la felicidad para cada uno de nosotros; cuál ... es el grado de exigencia para alcanzar ese estado de gracia. A mí me parece temerario e incluso una frivolidad que la Asamblea General de las Naciones Unidas decidiera proclamar en 2012 este día con carácter universal. Tristemente, existe medio mundo condenado, irremediablemente, a la infelicidad por diversas causas: la pobreza, la hambruna, las enfermedades, las guerras... ¿Cómo se puede 'conmemorar', con todo ello, un estado de ánimo de manera global?
Por eso, insisto, en que habría que conocer cómo y por qué somos felices emocionalmente incluso a la hora de dejar redactada nuestra propia esquela. Como la asturiana fallecida esta semana que en su necrológica ha dejado escrito: «Os espero tomando un vino, no tengáis prisa».
Con ese sentido del humor se puede vivir y morir feliz. El sentido del humor ayuda muchísimo a superar los malos momentos de la vida. Aristóteles dijo que ser feliz era el significado de autorrealizarse y alcanzar las metas que se propone cualquier ser humano. No siempre logramos nuestros sueños, no porque no seamos capaces de alcanzarlos sino porque las dificultades que nos vamos encontrando en el camino nos lo impiden.
¿Es comparable la felicidad de un pobre con la de un rico? Probablemente, no. Pero sólo probablemente, porque el nivel de exigencia de un necesitado será menor de quien lo posee casi todo. Ciertamente, la felicidad no siempre tiene una relación directa con el bienestar o la riqueza. En evitación de un planteamiento demagógico, en mi opinión, es el ser humano con sus bondades quien puede generar ese estado personal de satisfacción. Existen menesterosos que con escasos recursos pueden alcanzar la felicidad y opulentos individuos que sufren infelicidad.
Aunque parezca incomprensible, existen personas que alcanzan su felicidad haciendo el mal. Lo sentimos con estupor, por ejemplo, cuando se cometen atentados indiscriminados terroristas. España sufre una larga historia de sangre y dolor causados por bandas criminales con el sello de ETA y, desde hace unos años, con el del radicalismo islamista. Los primeros, sin arrepentimiento, están lucrándose cómodamente de la democracia, por la política -que es una forma de burlarse del Estado de Derecho, lo que les produce regocijante felicidad- y los segundos son felices antes y después de cometer sus acciones aunque mueran en su empeño porque 'alcanzarán la gloria y el paraíso' una vez que hayan conseguido la infelicidad de sus víctimas y de sus familias.
Quien sigue paseándose por encima de las líneas rojas de la ilegalidad es el tal Torra, presidente de la Generalidad de Cataluña que, a estas alturas del melodrama separatista, continúa desafiando al Estado y no pasa nada. Y eso, estoy seguro, debe producirle una exultante felicidad.
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