Incendios y olas de calor: ¿es el futuro que queremos?
Federico Velázquez de Castro
Jueves, 28 de agosto 2025, 22:55
El verano de 2025 será recordado como uno de los más trágicos por sus daños en las personas y la naturaleza. Aún sin finalizar, podemos ... hablar de alrededor de dos mil muertes por calor y 400.000 hectáreas calcinadas. El calor actúa junto a la contaminación –pues la temperatura suele acelerar las reacciones químicas–, especialmente con el ozono superficial, acentuando sus efectos. En cuanto a los incendios, llamados de sexta generación, su evolución los hace temibles desafiando los métodos tradicionales de extinción. La tendencia creciente de las temperaturas está detrás de estos fenómenos estivales y representa una clara consecuencia de la crisis climática de la que ya muy pocos dudan.
¿Qué hacer frente a este desolador panorama? Con el cambio climático se plantean dos estrategias: mitigación y adaptación. La primera, a medio plazo, es importante, pues no es igual que la temperatura haya ascendido 1,5ºC a que lo haga dos, tres o más, con resultados imprevisibles. No es fácil atajarlo por la cantidad de fuentes involucradas en su generación –energía, industria, transporte…–, pero debe actuarse con determinación, y para ello las cumbres internacionales deben estar a la altura. De la próxima, en el mes de noviembre en Brasil, se esperan acuerdos vinculantes y ambiciosos. De lo contrario, la sociedad civil debe exigir responsabilidades.
La acción personal es igualmente importante porque muchos hábitos cotidianos son altamente impactantes y ninguna legislación los va a limitar: antes al contrario, habría quien defendería la libertad sin restricciones ignorando la responsabilidad que la acompaña. Por ello, la conciencia y la cultura ambiental inclinan hacia buenas prácticas, como las comercializadoras de energías renovables, las comunidades energéticas, la movilidad sostenible, el ocio responsable en cuanto a vacaciones y viajes, la alimentación saludable, más vegetal que animal, y la reducción global del consumo, con estilos de vida serenos y sencillos, donde primen los valores del ser sobre el tener y la apariencia.
Mas, si todo lo anterior contribuye a mitigar, lo inmediato es la adaptación, todavía muy incompleta. Si hablamos de calor y contaminación, lo primero es informar a la población para que tome las medidas preventivas oportunas. Existe un umbral para el ozono, pero no debiera ser literal y esperar que se alcance; más bien, antes que suceda y sin que llegue al valor estipulado, debe informarse, pues no todos reaccionan igual ante un estímulo (piénsese en la población vulnerable). Igualmente, los servicios sanitarios deben prepararse ante estos episodios sin olvidar la salud mental, incluyendo la soledad no deseada.
Se han propuesto refugios climáticos, pensando especialmente en las personas sin techo, pero qué mejor refugio que la propia naturaleza. Así, la crisis nos trae la oportunidad de renaturalizar la ciudad conectando con un entono al que habíamos dado la espalda. Patios escolares, huertos urbanos, terrazas, cauces de ríos, parques, anillos verdes… contribuirán a refrescar y afianzar nuestra salud física y emocional. Eliminando, de paso, el césped artificial, mezcla de plásticos y sucedáneo inútil, que en momentos de canícula puede alcanzar temperaturas superiores a los 60ªC, vertiendo más calor en los núcleos urbanos.
La prevención de los incendios supone una estrategia de vigilancia permanente vinculando la gestión forestal con la vida de los pueblos. Debe estar bien dotada económicamente, constituir un punto preferente en cada Comunidad y disponer de medios adecuados de extinción. La población debe estar formada e informada, siendo esencial su participación, y serán necesarios planes de actuación que incluyan simulacros y zonas perimetrales. Las repoblaciones deben realizarse con especies autóctonas sobre las resinosas, y deben vigilarse las construcciones, evitando zonas de riesgo. Prácticas tradicionales como el pastoreo o la trashumancia resultarán de gran ayuda.
En síntesis, estamos ante nuevos desafíos generados por la crisis climática, a la que debe responderse con anticipación y adaptación urgente. Los responsables públicos han de abordarla con apoyo científico-técnico, mientras que la ciudadanía debe alejar la pasividad e incorporar comportamientos ambientales de futuro. Es lo que este momento histórico hoy nos demanda.
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